viernes, 2 de octubre de 2009

Papeles quemados

Esto no podría ser realidad porque es una realidad que no conozco, pero de cualquier forma es para vos, Compañero.


Su madre pensó que él había comenzado a fumar.

Profundo de la manera más simple posible, así lo recuerdo. Puedo describirlo físicamente. Piel blanca, colorada dependiendo del clima o de la situación. Un cabello envidiable, castaño oscuro y liso que solía –supongo que todavía- llevar un poco largo; aunque nunca se lo peina siempre toma forma que queda bien, el viento y la humedad hacen lo suyo. La última vez que lo pude abrazar su contextura era un poco gruesa, no muy atlética, pero tampoco obesa. Estatura media, los hombros caídos al igual que la nalga, los ojos café claros que se pueden confundir con miel, pestañas largas y cejas pobladas, barba creciente y contrastante. Un corazón difícil de conocer, pero creo que fácil de tocar.

Físicamente, y a pesar de su negativa, siempre fue muy atractivo para las mujeres, supongo que para algunos hombres también. En su infancia porque era un “gordito bonito” y en su juventud porque se convirtió en un hombre interesante, varonil, sensible, y de tratos cuidadosos. Su apariencia física nunca fue su verdadero problema con ellas.

Hay miles de maneras de describirlo físicamente, una por día o una por persona. Esto es tarea fácil de cualquier manera. Sin embargo, meterse en su pecho, adentrarse en los confines caóticos de su alma, eso nunca fue ni será tarea sencilla. Voluble es una palabra que se me hace demasiado abstracta para definir algo, pero al pensar en él después de haberlo conocido un poco es inevitable relacionarlo con esta cualidad. Siempre se debatía entre la alegría mostrada en público y la tristeza profunda que pocas personas sabíamos que podía llegar a sentir.

Recuerdo su presente. Pasa largas horas despierto en la noche, en su habitación. En el día debe buscarse la manera de subsistir, de ayudar a su familia y de sentirse útil. Pero cuando cae el día abandona las herramientas de construcción, toma un lápiz y un papel y se adentra en sus interrogantes. Es más lo que piensa que lo que escribe, es más lo que escribe que lo que le gusta.

Su habitación es de color claro, esto hace que se vea iluminada. En el aire flota su inconfundible y agradable aroma, ese es su espacio. La cama casi siempre tendida, el televisor apagado en frente, los zapatos un poco desordenados. No tiene ventanas, si las tuviera ya se habría escapado volando. Las paredes están llenas de afiches, músicos, marcas, ideologías. Y en un rincón muy especial, es un estuche negro esta guardado el amor más grande que ha sentido por algo o alguien que no sea familiar suyo. Es un amor no obligado, no consentido, no buscado, no recompensado. Seis cuerdas, una caja, un diapasón, muchos trastes, miles de sonidos y de sensaciones. Allí está guardada su vieja guitarra, su compañera de batallas, su más íntima amiga. En ella ha tocado los acordes que quizás haya querido regalarle a alguna mujer, pero que no ha podido –o querido-, en ella ha dejado su alma y su corazón, no por su virtuosismo sino por su pasión.

Pese a todo lo recuerdo viviendo con gran entusiasmo. Se avergüenza de sí mismo, de sus sentimientos, de su propio patetismo. Estos no los comparte mucho, pero son uno de sus tesoros más preciados.

Esos tesoros son descubiertos cada noche, cuando toma su lápiz y su libreta parcialmente en blanco. El mundo ya no importa, su mundo ya es otro, uno que no existe ni para él. Supongo que me recuerda, que nos recuerda a todos. Y también supongo que alguna vez fuimos objeto de su bolígrafo y quedamos plasmados en su caligrafía redonda y suelta. Con seguridad ha escrito más de lo que ha leído, y muchas de esas letras han sido lágrimas, y dolores, otras habrán sido esperanzas. Que agradable sería leer algo suyo, pero ha tomado la decisión de que eso nunca pase. Nadie, a parte de él lo leerá. Quizás –dice él- los genios más grandes de la historia sean aquellos que se quedaron con sus ideas en su cabeza, que nunca fueron leídos, ni analizados, ni alabados ni criticados. Quizás los genios más grandes del mundo hayan destruido sus escritos después de darse cuenta de que eran sólo suyos. Él no es uno de los genios más grandes del mundo, no es ningún genio –y no sé si sea de este mundo-. Es un hombre normal.

Él también lo hace. En un ritual breve y solemne arranca las hojas de la libreta, las pone en el suelo una sobre la otra, letra sobre letra y les prende fuego. Me lo imagino allí sentado, con la candela reflejándose en sus ojos y el calor en su piel, viendo cómo sus pensamientos hechos palabras se vuelven humo y olvido.

Su madre pensó que él había comenzado a fumar.

3 comentarios:

Lucas Vargas Sierra dijo...

Parce... que historia tan chimba. Me agrada, ese tono confidente le pone una fuerza muy bacana.

Menos mal el papel no huele a marihuana, o sí no...

¡Alegría!

Lucas Vargas Sierra dijo...

Parce... se me acaba de ocurrir algo... el caso de "La esfinge sin misterio" de Oscar Wilde. Búscalo, a ver que pensás.

Unknown dijo...

Es triste el saber que nadie mas que el propio autor tendra el gusto o la dicha de leer sus pensamientos....

Por cierto muy buena descripción...

Saludos!