martes, 12 de enero de 2010

Pregunta suelta

Después de escuchar al Procurador dar su concepto sobre el proyecto de reelección presidencial, solamente quiero hacer(me) una pregunta:


¿Las irregularidades del proyecto, que efectivamente son responsabilidad de personas y les acarrea por ello sanción disciplinar no representan vicios de procedimiento para el mismo? ¿Es decir que sus actos irregulares están completamente aislados del avance de la “iniciativa popular” (como tercamente insisten en llamarlo)?

Para mí no tiene sentido. ¡Que país de locos! Por ahora, y en vista de las circunstancias, seguiré pensando en el abstencionismo activo.

sábado, 9 de enero de 2010

Justicia divina, divina Justicia

Ella ya había sangrado alguna vez por culpa de él, y aunque fue por amor y con amor, el universo no deja sangre sin cobrar.

En otro arranque de cariño, las sabanas blancas quedaron manchadas de rojo y por el piso del baño corrió la misma sangre mezclada con agua. Era la sangre de él.

Intercambiar otros fluidos en la cama no tiene nada de raro, se hace por pasión, por curiosidad, por instinto o por simple rebeldía. Pero la sangre… la sangre solamente se derrama por amor.

Ahora los dos tienen por lo menos un motivo para no olvidarse nunca del otro. Ella ya había tenido su dolorosa primera vez y ahora era el turno de él.

martes, 5 de enero de 2010

De juegos, juguetes y vacaciones


Pocas vacaciones recuerdo haber salido de mi casa, de paseo o de viaje o de lo que se quiera llamar. Mis vacaciones generalmente son poco interesantes aunque no por ello dejan de ser necesarias. Las vacaciones, esos períodos convencionales de cese de actividades, marcan pausas y cortes en la vida. Son los puntos intermedios entre escalones diferentes, de subida o de bajada provistos de características distintas.

Estoy tratando de recordar mis vacaciones infantiles y la verdad poco recuerdo, quizás porque sea muy poco diferente a lo que es ahora. Quizás eran diferentes las navidades, por aquello de que se pasaban en familia y por la magia de lo desconocido, de lo ignorado y perseguido. Hace no mucho estuve hablando con alguien (SGS) de eso y me gustó bastante recordar mis juguetes de niñez. Todos en un costal porque en una caja no cabrían, aunque los más bonitos, caros y queridos (tanto por mí como por mi papá) estaban a parte, en lugares más seguros, o de cuando en vez en una repisa dónde se convertían en parte de la decoración.

Un avión blanco, grande, que hacía ruidos de avión y otras gracias. Se abrían la puerta principal y la del equipaje, en la primera se veía una lámina en que una azafata rubia bien vestida de azul invitaba a pasar y en la segunda, solo una luz roja con forma de maletas abordando. Al prenderlo, el avión comenzaba su marcha en la dirección que la llanta delantera quisiera, después sacaba una llanta más pequeña (tren de aterrizaje) pegada a una palanca que se levantaba y el avión quedaba en posición de vuelo, como cuando los de verdad están saliendo del aeropuerto. Después se volvía a esconder la llanta, el avión “aterrizaba” y paraba para abrir de nuevo sus puertas, que bajaran los pasajeros, descargaran sus equipajes y listo para recibir nuevos viajeros hacia dónde la imaginación alcanzara a llegar.

Dos autos de policía: el blanco y el rojo. El blanco siempre estuvo guardado con mayor precaución por mi papá, que me lo sacaba cada que yo recordaba que existía y por supuesto, cada que habían pilas (2 pilas A, de las grandes). Tenía señales de un departamento de policía gringo, y era un auto de policía gringo, lo sé porque se parecía a esos que aparecen en las películas viejas gringas. No hacía muchas gracias más que rodar sin rumbo, en todas direcciones, pero lo que me gustaba de él eran los colores que había encima de la cabina. Era la sirena, que no recuerdo si hacía ruido pero brillaba siempre intermitentemente girando y girando, entre el amarillo, el azul y el rojo. El auto rojo (eso me recuerda una canción) lo disfrute mucho más, ese si estaba a mi disposición, las pilas eran de las normales (doble A) y fueron reemplazadas varias veces. También era un auto de policía norteamericano, estadounidense, gringo para mayor claridad, pero valga la aclaración, ¡era rojo! Las luces de encima eran rojas y azules, de las tradicionales y tenía un par de gracias. Gracia número 1: cíclicamente, es decir, cada cierto tiempo se abrían las puertas laterales y salían de allí dos policías, uno de cada una, de casco blanco como si fueran en moto y ropa café, de medio cuerpo y cada uno con una arma en la mano que daba al exterior. Cuando salían comenzaban a sonar los disparos, pero creo que nunca mataron a nadie. Gracia número 2: En la parte trasera había una pequeña puerta negra, que vista de frente podría parecerse a las puertas de las cantinas del Viejo Oeste o a las de los orinales de cualquier lugar de Colombia. Cuando la puerta se abría, salía de ella un muy pequeño helicóptero negro y rojo empujado por una palanca y quedaba por encima del auto. Salía prendiendo luces y moviendo rápidamente la hélice, tan rápido que se podía ver a través de ella. Eso era lo que más me gustaba de ese auto de policía. Ninguno de los dos persiguió nunca ningún ladrón, si acaso se persiguieron entre ellos. Nunca mataron a nadie, a menos que en mis juegos infantiles los pasara por encima de algún bicho doméstico. Y hoy, ni siquiera sé dónde habrán quedado ni quien juegue con sus motores inservibles.

Entre muchas ruedas, muchos músculos sintéticos, mucho metal y plástico, y supongo que muchos momentos, el juguete que más recuerdo de mi infancia, el que más recuerdo haber disfrutado y el que más me hizo brillar los ojos al abrirlo fue un tren, con su respectiva línea ferroviaria. El juguete fue sugerido por mi papá. Mis juguetes siempre eran de los dos, el nunca los utilizaba pero disfrutaba más que yo viéndome jugar. Recuerdo que esa mañana soñé con la llegada del “niño Dios”. Era una lucecita brillante, como un hada que llegaba por el aire y se posaba sobre la cama y hacía aparecer por arte de magia los juguetes. Así me imaginé que llegó mi tren, en ese entonces no sabía de la injerencia directa de mis padres en el regalo (¡Ups!). Cuando desperté lo encontré sobre mi cama y bajé con el rápidamente al primer piso a mostrárselo a mis papas. Revisé el pesebre, ya habían llegado María y José a su casa y los Reyes Magos llevaban buen recorrido, siempre Melchor de último. Después de esto lo abrí. Hubo un largo momento mientras descubríamos como se prendía. Entre los experimentos que hicimos vimos que había un mecanismo para que soltara humo por la chimenea, era humo de verdad, pero se le acabó rápidamente.

Pista armada, vagones engarzados y locomotora prendida ¡Vámonos! Fueron muchos meses los que disfruté ese tren, porque esos juguetes no duran años. Ponía la pista en subida, en bajada, cambiaba la forma de la pista, hacía túneles y demás variaciones que hacían el recorrido circular más interesante, divertido y, porque no decirlo, mágico. Lo último que recuerdo es haber armado, en algunas vacaciones una gran pendiente con cajas y desorden en el mirador de mi casa y haber puesto sobre ella una pista recta en la que ponía los vagones no motorizados para que bajaran con la fuerza de la gravedad –que por supuesto entonces me importaba tan poco o menos de lo que me importa ahora- y se estrellaran contra las baldosas del suelo o siguieran su rumbo por el piso hasta que la inercia fuera contrarrestada por la resistencia del aire –que tampoco me importaba- o por la pared del otro lado.


Cuando comencé a escribir esto no pensé que fuera a hablar de mis juguetes, pero terminé hablando de ellos a propósito de las vacaciones. Fueron muchos de muchos materiales, de muchas formas y colores. Aún tengo uno pendiente, siempre quise un carro de control remoto que ni siquiera pedí, no sé porque, quizás pensé que no me lo darían. El caso es que no sé cuando, si ahora, después o más después esa fantasía infantil será cumplida, compraré un carro a control remoto, no sé de cuáles -quizás parecido al de la foto-, y saldré a jugar con el mucho por las calles. Por ahora mis vacaciones están viendo la luz al final del túnel, pero creo que queda suficiente tiempo para salir un poco, descansar otro poco (¿de qué?), terminar unas lecturas pendientes, quizás seguir escribiendo, en fin, lo que resulte, porque mis vacaciones son siempre eso, lo que resulte.

domingo, 3 de enero de 2010

Decidiendo, decisiones

Él decidió regalar todos sus besos, poner toda su cantera a nombre de ella y bajo condición de exclusividad. Ella abrió su corazón y apretó los labios mientras pensaba en que tanta vida era poca para estar con él.
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Él decidió cerrar sus ojos, respirar profundo, calmar su circulación y agudizar sus oídos. Ella decidió quedarse callada.
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El decidió quedarse sólo. De la misma manera ella decidió morir.
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Él quiso contarlo todo, pero él no iba a ser capaz de soportarlo. Mejor sólo que marica.

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Ella pensaba que era lo mejor para su hija. Su hija pensaba que era lo mejor para su madre. Ninguna de las dos supo nunca ser feliz por su propia cuenta.
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Cuando ella se levanto a apagar la luz supo que para su padre no se volvería a encender. Se echó limón podrido en los ojos y juntos aprendieron a ver la luz de un color diferente, a caminar la vida por sendero nuevo.

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Después de la muerte de su esposa aquella navidad, el árbol y las luces fueron “sepultadas” también para siempre.

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Con arena en los calzoncillos sellaron el amor que iban a conocer muchos años después, muchos cuerpos después.

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Sería mejor morir en paz. Uno aprende que hay cosas que es mejor no aprender. El diario nunca volvió a golpear la puerta y sus hojas nunca volvieron a golpear sus pupilas.

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Yo aprendí que el amor eterno dura lo que dura una persona despierta o de buen humor. Aprendí que no creía en el amor eterno, pero que creía en poder enamorarme todos los días, día de por medio quizás, de la misma persona hasta que no tuviera días para contar.

viernes, 1 de enero de 2010

2009-2010

Sin promesas, sin juramentos, sin remordimientos. Terminó un año que desde muchas perspectivas fué muy bueno. Llégó uno que desde cualquier perspectiva es un misterio. Solo diré que creo en la magia de estas fechas, una magia humana y no sobrenatural que logra revolvernos el abdomen en un amasijo de sentimientos. No me queda más que desearles a todos un 2010 de su propia talla.

¡Gracias 2009 y bienvenido 2010!