Voces mudas de una angustia latente, que palpita y palpita, corazón
delator de más preguntas que respuestas. Angustia de una duda que no revela,
que no ilumina, que permanece copiosa sin otra opción que aprender a vivir
con ella, sacudiéndola a veces, poniéndole flores de vez en nunca.
***
Me gusta el color del extremo
del cigarrillo al fumar. En el momento preciso en que aspiro el humo toma un
color rojizo, magma cotidiano, y entonces, me doy cuenta de que en medio de
tanto gris, incluida la ceniza del mismo cigarrillo, es lo más cercano y parecido
que tengo a un atardecer en llamas.
***
No hablaré de nadie. No
contaré la historia de nadie. No escribiré sobre las venturas y desventuras,
amores, desamores y tragedias de ningún héroe, ni público ni privado. Hoy he
decidido hablar de mí. Soy el narrador. Me conoces, y bastante bien que lo
haces. Me recuerdas más fácilmente que al personaje de ese libro que leíste en
sexto grado, a ese que pintaba cuadros. Sé que me recuerdas más que a la dulce
niña que pintaron las páginas de tu infancia. Sé que me recuerdas, y de paso te
importo, mucho más de lo que puedes recordar a todas las marionetas humanas que
has leído, que te has inventado y reinventado, que les has puesto cara. Después
de todo, en medio de tanta mentira el único que siempre ha sido real he sido
yo.
***
Me gustan los reflejos. Me
gustan mucho los reflejos. Me puedo quedar ratos largos contemplando la imagen
que se reproduce en un vidrio, en un espejo, en un charco. Puedo estar viendo
lo que me interesa, y al mismo tiempo estar mirando hacia otro lugar. Estoy
evadiendo mi responsabilidad de haber mirado, haciéndome el indiferente. Eso a
veces puede resultar muy útil. Por eso me gustan los reflejos.
***
He vivido atrapado entre el impulso de la
escritura, y el deseo de la lectura. También, entre la pretensión de la
escritura, y la pretensión de la lectura. Entre la ilusión de la escritura, y
el tedio de la lectura.
***
Juzgarnos sería fácil. Solo necesitaríamos una cosa: vivir la vida del
otro, vivir la vida por el otro. Y entonces, si fuéramos capaces de tal proeza,
de tamaña entrega, ya no sería necesario hacerlo, ya no seríamos capaces de
juzgarnos.
***
Algún día este mundo será de los desposeídos, de los bastardos, de los
"ninguneados", de los anónimos innombrables, de los desarraigados...
Y ahí estaré, ahí estaremos, recibiendo un mundo que no será nuestro porque no
será de nadie, pero que será más nuestro que nunca. Un mundo que no será este
mundo.
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