jueves, 21 de octubre de 2010

Absueltos

Acúseme, si así lo quiere, por mis formas de ver el mundo, de pensarlo, de vivirlo. Al fin y al cabo ni usted ni yo tenemos la culpa. Lo que no podré hacer nunca será acusarle ni juzgarle por sus formas de ver el mundo, de pensarlo y de vivirlo. Al fin y al cabo ni usted ni yo tenemos la culpa.

martes, 19 de octubre de 2010

Concepción: Comentarios desenfocados

¿Qué sería de un viaje sin la sensación de que algo faltó por hacer, de que algo faltó por conocer, de que algo faltó por decir? Allí está para mí el balance de un buen viaje, en la sensación de vacío, en saber que todo ha sido un receso de la cotidianidad, un receso que de todas maneras hace que la cotidianidad pueda vivirse un poco mejor. ¿Y para qué volver a un lugar ya visitado si no se va a descubrir nada nuevo? No tener la mirada hacia ningún lugar específico, lo que los periodistas llamarían “enfoque”, hace que se vean muchas cosas, de manera desordenada, desconectada, fragmentada. El hecho es que al volver a Concepción, sentí que era la primera vez que iba.

La primera vez que fui lo hice como espectador, un simple turista. Ésta vez lo hice como participante de la final departamental de músicas tradicionales y populares del festival “Antioquia Vive la Música”. Frente a esa falta de enfoque, creo que lo más conveniente será ir contando cosas por orden cronológico, o por orden memorístico. 

En mi viaje pasado al que fuera llamado (y aún es conocido así) La Concha, no tuve mayor inconvenientes en llegar. La carretera no es muy buena, pero en ese entonces no fue un problema para mí. Ésta vez nos vimos en la tarea de sacar a un bus pequeño del lodo, para poder continuar, además porque allí también iban participantes del departamental. Por fortuna nosotros íbamos en escalera, o chiva que llaman, precisamente porque por el estado de la carretera a causa del invierno ningún bus se atrevió a meterse por allá. Concepción tiene dos vías de acceso, una por Barbosa (por la que íbamos) y otra por San Vicente. Las dos tienen problemas similares. El segundo día (domingo), en el acto de clausura, el Alcalde de Concepción fue enfático en la necesidad de “vías de comunicación” del municipio. Y tiene razón, porque de poco sirve ser patrimonio cultural e histórico de la nación si es difícil llegar y salir de allí. Aunque no siempre hay invierno, y por ende no siempre van a quedar los carros atrapados en la carretera por el lodo o por derrumbes, siempre será incómodo viajar, por lo mal diseñadas, lo angostas, lo irregulares de las carreteras.

Pese a todo logramos llegar. La misma iglesia, el mismo parque, los mismos portones de colores, y casi las mismas calles empedradas (Muchas de ellas se encuentran en arreglos de alcantarillado, entonces están temporalmente fuera de servicio). De alguna forma el municipio está atrapado en su propia historia. Pero obviamente esto no es cierto, porque la historia no siempre es la misma, no es inmóvil, no es inmutable. Es normal escuchar, de manera jocosa, el comentario de que “en Concepción no vive nadie”. Si vive gente, pero la población no llega a las 7000 personas. Los fines de semana, cuando he estado, la cabecera municipal ha sido muy sola, muy quieta. Sería importante conocerlo un día escolar, generalmente los colegios le dan más vida a los municipios. Escuchando a alguien que conoció Concepción desde antes, me di cuenta del porqué para que un municipio tan bello sea tan solitario.


Concepción queda en el Oriente antioqueño. Eso ya explica mucho. Como otros municipios de esa subregión, su territorio fue objeto de disputa entre actores armados en las últimas décadas. Concepción llegó a ser, según lo que escuché, (información susceptible de ser verificada) un pueblo fantasma. Esos mismos portones grandes, fuertes, de colores, estuvieron abiertos mucho tiempo, sin nadie al interior. Quizás por eso se mantengan ahora cerrados. Y quizás por eso mismo, la gente que ha regresado a sus casas no salga mucho. Es verdad que hoy no se vive ese mismo conflicto armado, pero el conflicto social permanece. Estuve hospedado en una casona de dos pisos, 4 o 5 habitaciones espaciosas, techos altos, dos baños, solar. La casa queda en todo el parque, y desde su balcón se tiene una vista privilegiada, no solo del parque con sus banderas, la iglesia, y la estatua de José María Córdova, sino de gran parte del pueblo. La casa está en buen estado. ¿Porqué su dueño no vive allí? Hasta donde supe, vive en Medellín. 

Al dar una vuelta por la Concepción nocturna se ve que sí hay gente que sale. No se concentran en el centro, sino en los alrededores, y tienen características particulares. Sombrero, botas, bigote, senos prominentes, aguardiente en mano, en caballo. No quiero caer en estereotipaciones ni en generalizaciones irresponsables, pero casi siempre, óigase bien, casi siempre, las personas con estas formas de vestir y actuar (paisa, bien paisa) tienen cierto nivel económico cómodo, propiedades, y con todo esto por supuesto, cultura mafiosa, pensamiento mafioso. La “pacificación” llevada por el Estado a través de presencia de fuerzas militares, más conocida con el famoso nombre de Seguridad Democrática se evidencia. Efectivamente ya no hay conflicto armado latente en el municipio, pero también se puede ver para quién es la seguridad. Y claro, ya se puede ir, pero eso sí, si las carreteras lo permiten.

Caer en cuenta de esto me hizo sentir algo intranquilo, algo responsable, por no haberlo visto ni pensado antes. No podía evitar imaginarme un pueblo vacío, quieto, más callado de lo que es. Pero no quiero ser apocalíptico. La situación ahora es mejor, gracias a muchas cosas, por ejemplo, a la música.

Me giró algo en la cabeza durante el fin de semana, aunque no como moto en círculo de circo mortuorio. ¿Es posible crear, o más bien, se está creando tejido social alrededor de la música? No estoy seguro de aventurarme a dar una respuesta, aunque es de resaltar que uno de los mayores intentos a éste respecto se esté dando desde la institucionalidad, y las diferentes manifestaciones de todas las regiones del departamento estén respondiendo. Aún falta, y falta mucho, pero algo se ha hecho. Sería importante que quienes estamos directamente involucrados hiciéramos menos comentarios de pasillo, y que no solo escucharan lo que tenemos por tocar, sino también lo que tenemos por decir. Pero hasta aquí el momento de proselitismo político.

En materia musical tuve muchos sentimientos encontrados. No estoy de acuerdo con que intenten disfrazar un concurso como encuentro, llamando a los jurados “maestros acompañantes”, por ejemplo. Es un encuentro con puntajes y con ganadores a pesar de todo. La sana competencia no va en eliminar el carácter de competencia. Es ilógico, además difícil. Precisamente no han podido, y por eso sigue siendo concurso, así ellos (los organizadores) lo nieguen. Quizás aquello de crear tejido social alrededor de la música pueda ser una buena opción para eliminar los vicios de la competencia. Pero insisto, hablar sobre esto es meterme en camisa de más de once varas. 

Hubo muchos grupos muy buenos, desde música andina colombiana hasta zamba pasando por música pelayera,  salsa, merengue, parrandera, indígena, etc. Cosas que me llamaron la atención: Que la representación de Chigorodó fuera de música andina colombiana, por aquello de que el Urabá es una zona con más influencia de litoral. Además, era música andina, a mí parecer, bien hecha. La vocalista más joven tenía una voz que no le cabía en el cuerpo, y tenían un trabajo de voces bien agradable. Otro grupo de Urabá fue el que logró dejarme más inquieto: Etnia Katio del municipio de Mutatá, conformado por integrantes de la etnia Embera Katio. El grupo tiene la intención de hacer un trabajo de recuperación de sus músicas. Era extraño verlos y escucharlos. No podía evitar escuchar y sentir que había mucho en ellos que no les era propio, que era adoptado, en la música, en la indumentaria, pero que al mismo tiempo eran muy ellos, muy originales.  Despertaron mucha euforia en el público, pero aún no estamos suficientemente preparados para escucharlos sin aplaudirles simplemente por ser indígenas que están haciendo música. Vale la pena seguirlos escuchando, para poder juzgar su música y su cultura (si es que eso se puede juzgar) con más respeto, conocimiento, intención de aprendizaje y preservación. También de Urabá, el grupo Juventud Alegre de San Juan de Urabá me recordó lo bello que es el bullerengue. Me gusta mucho la ritualidad que hay alrededor de éste ritmo, y letras como “Toca negro tu tambor, toca negro tu tambor, que cuando lo estás tocando más negro me siento yo”, o invocaciones a la lluvia, me hacen pensar que es una manifestación que aún se encuentra de forma muy pura, y que logra permear incluso a los más jóvenes de las comunidades, quienes con evidente orgullo comienzan a palmear y bailar descalzaos, así sea en el frío de Concepción.

Queda demostrado que la cultura tiene un papel muy importante en la manera como las comunidades asimilan las distintas formas culturales. En materia musical, haciendo la comparación desde el festival Antioquia Vive la Música, se puede ver que la música más académica, más sinfónica, representada hasta ahora en las bandas, toma mayor nivel en los municipios cercanos al centro, a la ciudad, y en aquellos que al mismo tiempo tienen una tradición cultural ligada a lo andino. No así por ejemplo las bandas del Magdalena Medio o las del Urabá. Pero estas zonas por su parte tienen un potencial y desarrollo enorme en otras manifestaciones musicales más tradicionales y populares, e igualmente valiosas. Los pitos y tambores, las músicas populares, la música andina colombiana (que son las 3 modalidades de Antioquia Vive la Música en tradicionales y populares) abarcan mayor territorialidad en potencial, y toman mayor fuerza donde aún las tradiciones populares ligadas a las distintas formas culturales como la música, persisten, pese a los embates del tiempo y de la homogeneización. En las zonas más cercanas a la centralidad, debido a la mayor convergencia de corrientes, a mayores posibilidades de comunicación, a mayor acceso a la formación, las bandas tienen un auge importante, pero sin excluir por esto a las otras manifestaciones.

De nuevo, tocar no fue tan intenso como escuchar. De nuevo puedo decir que hacer música es más bien una excusa para escuchar música, y escuchar música una excusa para recorrer caminos y tejer historias. Es una fachada para tender conversaciones, beber algo, reír, reunirse a improvisar o a escuchar improvisar, sentirse muy privilegiados, pero también tan comunes. Algo importa quienes fueron los ganadores, algo importa saber que no mencioné sino a 4 grupos de casi 20 que había, de muchísimos más que se quedaron en el camino.

-¿A qué horas vuelve la chiva?
- Agustín debe saber. -Pero Agustín no sabía, nadie sabía. Esperaba amanecer de nuevo en Concepción, de nuevo con bastante frío (olvidé llevar ropa para dormir), pero con el calor del aguardiente y algunas buenas risas. Después se me dañaron estos planes. La chiva apareció y después de comer nos volvió a bajar a nuestro habitual nivel sobre el nivel del mar.

De nuevo Concepción se vio irrumpida en su tranquilidad, acostumbrada si acaso a los más de 80 años del café social donde todo el día suenan tangos y música “vieja”; y a la juventud de su banda municipal. De nuevo yo me vi irrumpido en lo más profundo, removido en mis más íntimas pasiones y deseos, transformado en el armonioso conflicto que se ha convertido la música alrededor de mi vida, mi vida alrededor de la música.

domingo, 10 de octubre de 2010

El que mucho abarca...

Estos fatídicos tres meses sin música[1] a causa de la disfuncionalidad de nuestra burocracia fueron paradójicamente uno de mis mejores momentos académicos en los últimos años. Me daba menos pereza leer, de hecho tenía más tiempo para leer. Leía en mi casa, y lograba entender alguito, lo que de por sí es una gran hazaña. Me acostaba relativamente temprano, para madrugar a las gloriosas, emocionantes y orgiásticas clases de 6 de la mañana de martes a viernes (alguien me dice que tengo “espíritu de obrerito”). De todas formas tenía que hacerlo, porque en un arrebato, y a causa de la ausencia de música provocada por la disfuncionalidad de nuestro sistema burocrático, matriculé 9 materias. Yo mismo aún no entiendo como una persona puede ser tan inconsciente, tan irresponsable, tan ingenua, como para matricular 9 materias universitarias al mismo tiempo como si nada, y en dos universidades distintas. Al final del semestre les contaré que tal me fue.

El caso es que por fin se está solucionando el problema musical, y pronto comenzaré actividades musicales de nuevo, y de local. Y desde ya estoy sufriendo las consecuencias. Este fin de semana he vuelto a mis archivos, listados de personas, partituras, audios, correos masivos, cartas conspiratorias. Y no he cogido un solo documento de esos que se supone debería leer, sobre todo teniendo en cuenta que retomo después de unas medias vacaciones universitarias impuestas a mitad de semestre. La pereza ha hecho que prefiera sentarme a escribir cualquier cosa sin sentido, a ponerme a descifrar sociólogos alemanes que escriben para sí mismos. Estoy seguro de que, en caso de coger un documento, al tercer párrafo ya tendría alguna cancioncita dándome vueltas (como las que da una moto en una rueda “de la muerte” en un circo (donde todo lleva el apelativo “de la muerte”)), y hasta ahí sabrá llegar la lectura.

Este semestre se está yendo rápido, muy rápido, tanto que me quedó difícil seguirle el paso y hace rato me viene dejando. Como cosa rara, tocará terminarlo a las patadas. Música, más semestre especial, más semestre normal, más un par de viajecillos inaplazables, más un par de compromisos dizque etílico-amorosos (en realidad sólo etílicos), más celibato involuntario = Nada. No va a pasar nada, no voy a colapsar, aunque seguramente andaré ansioso, nervioso, apresurado. Y será peor sin un masaje relajante (ese sí amoroso) a la vista.

Queda claro algo, es difícil leer filosofía política, o literatura colombiana, cuando se quiere leer partitura. Es difícil leer partitura cuando se tiene que leer sociología o psicología. No terminaré haciendo bien ni lo uno ni lo otro. Porque como dice la sabiduría popular, en este caso muy sabia, “El que mucho abarca, poco aprieta”.


[1] Tres meses sin poder tocar en mi banda, la sinfónica de Barbosa por no tener director contratado, a mitad de año y con todos los festivales transcurriendo. De todas formas agradezco a la sinfónica de Girardota por haberme permitido estar eventualmente allá, descargando un poquito de todo lo que se le acumula a uno cuando lleva mucho tiempo sin tocar un instrumento.

jueves, 7 de octubre de 2010

Llovía


Llueve.

Llueve, y en cada gota muero un poco, y en cada gota muero un poco por vos. Llueve, y en cada gota que muero por vos reviento en lágrimas, y en cada lágrima que muero por vos, morís por mí. Y en cada muerte tuya, muero otro poco. Mueres porque muero, y muero mientras mueres.

Pero en cuánto la lluvia mengua, pienso en lo patético que es morir. Morir en cada gota, y morir por vos, y reventar en lágrimas y matarte y suicidarme con tu muerte. Morir mientras veo morir cada gota.

Aquí estoy.

Ya no llueve.

viernes, 1 de octubre de 2010

Exorcismo


La escritura me hace falta. Los días se van pasando y a veces no pienso siquiera en ello. Otras veces se me pasan ideas por la cabeza, pero las deshecho con la misma velocidad que llegan. De vez en cuando uno que otro trabajo académico se vuelve excusa para liberar un poco la carga que genera no darle rienda suelta a lo pensado, a lo sentido.  Pero no es suficiente. La escritura debe ser un acto de libertad, y al mismo tiempo de entrega como he dicho algunas veces. Pero debe ser una entrega voluntaria, algo así como una perdida libre y consciente de la libertad. Creo que lo más cercano a esa entrega libre es el espacio limitado que dan los caracteres de twitter o de facebook para lanzar ideas sueltas, desarticuladas y, generalmente, poco comprometidas.

He sentido ganas de recuperar el blog. Una mezcla entre onanismo, exhibicionismo, masoquismo, pretensión, y sinceras ganas de “producir”. 

Revisé todo el blog. Una de las razones para haberlo abandonado es la existencia de escritos que no me gustan, que no fueron bien dados a luz, así al comienzo fueran para mí una buena idea. Los leí y realmente hubo cosas que me avergonzaron. Siempre que pienso en mí mismo en pasado me siento un poco idiota. En teoría, eso implicaría que pensarme en futuro es pensarme como un idiota actual. Osea, este nuevo impulso por recuperar el blog no es menos que una estupidez, pero esa es una conclusión que en este momento poco me importa.

Intenté eliminar esos escritos que tanto me molestaban (que no son todos), pero no fui capaz. Por muy idiotas que me parecieran algunas cosas que llegué a decir, no dejaban de ser tan mías, que al eliminarlas sentía que podía estar echando al vacío una parte de mí, esa parte que uno nunca quiere ni aceptar ni mostrar. Es demasiado tarde para resarcirse por lo hecho. El cinismo de nuestra época nos ha permitido mostrar lo peor de nosotros con orgullo. Lo que si hice fue eliminar la mayoría de etiquetas. Creo que las replantearé, o simplemente no pondré ninguna. 

Probablemente esto sea una promesa de más de algo que no sé si seré capaz de cumplir, si seré capaz de cumplirme. Pero por lo pronto, pretendo volver a mis exorcismos mentales, a mis exorcismos verbales.