jueves, 16 de junio de 2011

Placebo de escritura

Después de mucho tiempo, encontrarse de nuevo ante la página en blanco se siente casi como una bofetada. Se siente una gran ofensa, y no logras teclear ninguna palabra, porque sobre todo, lo que sientes es miedo, a dar algún paso en falso, alguna palabra en falso, a sentir que no tienes nada claro, que mientras más intentas enfocarte, pensar, aclarar, más se atropellan los pensamientos, y te das cuenta de que estás vuelto mierda. Siempre da miedo darse cuenta de eso, reconocerlo, ver que la torpeza de las palabras no es simple azar, no entraña ninguna casualidad. Cada palabra escrita es borrada de inmediato, es una misión abortada. Tu misión, si decides aceptarla, es escribir más de dos palabras seguidas, de forma fluida, y que permanezcan, que resuenen, que tengan algo de interesante, o cuando menos, que te diviertan. En casos extremos, no importa mucho la falta de significado, no importa si no hay ninguna verdad revelada, si no se está poniendo en letras ninguna de las grandes preguntas por la existencia, por el sentido, por el ser, por la ironía de lo cotidiano; no resulta especialmente necesario que haya alguna aguda ironía, que la crítica entre líneas demuestre una carente genialidad, que el estilo ácido se haga presente frente a una personalidad públicamente obtusa. En casos extremos, que las palabras revoloteen entre sí solitas, que suene “bonito”, que parezca creativo, podría resultar suficiente.

Cuando llevas un párrafo, y aún no sabes para dónde vas, o mejor, cuando llevas un párrafo a pesar de no saber para dónde vas, te das cuenta de que has superado el miedo a escribir. El miedo a escribir, que ocultaba lo que en realidad era un miedo profundo a descubrirte en tu sencillez, termina siendo una huida. Cuando hay un peligro inminente, se corre, y mientras más se corre, más miedo se siente, y si, a pesar de haber perdido de vista la sombra deforme y desconocida que te perseguía, sigues corriendo, entonces el miedo sigue presente, y no en forma de adrenalina, sino como la promesa latente de que el peligro volverá, y que en alguno de sus retornos te tomará ya sin fuerzas, ni ánimo, ni determinación para seguir corriendo. Así mismo, lograr crear frases, poner el lenguaje al servicio de lo que quieres decir, así no estés muy seguro de qué es exactamente, no representa ninguna forma de seguridad, y el ánimo de las letras así lo demuestra. Después de todo, te das cuenta de que lo escrito no cambia la situación vivida con lo no escrito, y que en el fondo, las palabras logradas dicen lo mismo que las silenciadas: que todavía estás vuelto mierda.

Y si al tercer párrafo ya no sabes qué decir, y sientes que ya está hecho lo que con tus precarias condiciones podías hacer, terminas confirmando que lo que has escrito puede, de alguna forma, tener sentido. Pero el miedo sigue latente, y por eso, los dos primeros párrafos se hacen insuficientes, y llega este, que seguramente será el último. Porque para poner la primera letra se necesita el mismo valor que para poner el último punto. Ese valor, el del comienzo y el del final, es el peor de todos, el valor de reconocerte incapaz, y sobre todo, el valor de reconocer que en lo más profundo, en lo más secreto, en lo más oculto, sigues sintiendo miedo, y que cualquier palabra que logre ver el mundo de cuenta tuya, no es más que un placebo, porque no hay salvación (.)