martes, 28 de abril de 2009

La historia de El Periodista, un libro que hace memoria





Cuando se propuso el ejercicio para la clase, sentí expectativa sobre la experiencia que se nos venía. Entrevistar a un periodista es como revisar el estado de salud de un médico, siendo estudiante el reto es mayor. Es un encuentro de generaciones, de saberes acumulados y de ganas de saber. En un corredor del bloque 14 de la Universidad de Antioquia esperábamos la llegada de Carlos Mario Correa.

Ya conocía su rostro gracias a la Internet, y su historia gracias a Las llaves del periódico, libro escrito por él y por Marco Antonio Mejía, filósofo amigo suyo. En él nos cuenta una historia conmovedora, para ello utiliza de manera novedosa la técnica testimonial. El libro es narrado por los dos, y al leerlo es imposible no imaginárselos uno frente al otro revolcando el pasado, sacando sus demonios. Unos minutos tarde llega Carlos Mario al salón de clase, después del profesor.

- Cuando se va a escribir un libro sobre uno mismo se siente cierto pudor y prejuicio. Es contar la historia de uno que no es nadie importante, de uno que simplemente vivió algo.

Nos dice Carlos Mario refiriéndose a su obra. Las llaves del periódico cuenta una parte de la historia de El Espectador, una de las más duras, una de esas que no han faltado durante estos ciento veintidós años. Cuenta la guerra de Pablo Escobar y el Cartel de Medellín contra la familia Cano y su centenario periódico. La idea era desterrar de la ciudad todo aquello que “oliera a El Espectador”, lo paradójico es que fue precisamente en Medellín donde nació un 22 de marzo de 1887 y cien años después, cuando la redacción ya quedaba en Bogotá, se quería eliminar de la capital antioqueña.

- ¿La historia contada es completamente real ó existen elementos de ficción?- Era una pregunta obligada frente a la estremecedora experiencia del personaje que teníamos en frente.
- La historia es completamente real. Es una crónica construida partiendo de la memoria y de los apuntes. En este libro no hay necesidad de hacer ficción, la historia es esa.

El Periodista, cómo es llamado en su libro, habla de la historia de El Espectador con gran nostalgia. – El Espectador de los Cano fue la escuela más importante de periodismo que hubo en Colombia. La familia lo dio todo por él, siempre valoraron muchísimo las propuestas de los periodistas. Era un diario nacional de verdad, tenía oficinas en todas las regiones de Colombia, allí radicaba su carácter de nacional, no en la distribución sino en el cubrimiento.

Para escribir Las llaves del periódico Carlos Mario Correa y Marco Antonio Mejía tuvieron que hacer un gran rastreo documental, de esta manera quedaron con la información sobre El Espectador en sus manos, sin embargo esa historia del diario liberal se encuentra aún guardada esperando por ser contada algún día.

Existe respeto de parte de Carlos Mario hacia El Espectador. Esto se nota no solo en lo que dice sino en cómo lo hace:

- Para mí El Espectador fue el periódico que más investigo. No había unidad investigativa porque en todo su quehacer había buena investigación. Se metieron con gente que otros no se quisieron meter.

Preguntamos entonces si es que hoy el periodismo ha perdido esa característica de investigativo. La respuesta de Carlos Mario apunta a fortalecer lo que varias veces nos han dicho en las aulas:

- Efectivamente digo “investigó” porque ya no lo hace. Los que están tratando de “hacer laureles” con El Espectador de ahora se atrevieron a poner el slogan de “La opinión es noticia”, irrespetando toda la tradición del periodismo informativo moderno. Cuando hacen eso es porque ya no hay reporteros, contratan un equipo de 120 opinadores de los que sólo 20 harán reportería para opinar, porque son los que han sido reporteros toda la vida, pero los demás opinan por opinar. Además los opinadores son mucho más baratos, con tener Internet es suficiente. No tienen que ir al Uraba ni al Amazonas, sólo leer prensa, pero ya no hay quien vaya a la selva nariñense a buscar las historias de los indígenas asesinados por las FARC. Esa es una irresponsabilidad sobre la que tarde o temprano tendrán que reflexionar porque la opinión no es noticia, eso es una falacia.

La experiencia del periodista

Es imposible no comparase con Carlos Mario, que cuando fue protagonista de su propia historia tenía tan solo unos años más de lo que tenemos quienes nos encontramos ese día en el aula de clase. ¿Cómo hacia él para superar sus medios y enfrentarse diariamente a una ciudad controlada por Pablo Escobar?

- Yo era sólo un joven apasionado por el periodismo. Mucho de lo que hice obedeció al impulso de la juventud sin pensar si quiera en cuanto me pagaban. Si yo hubiera pensado en ese entonces no lo habría hecho y hoy tampoco lo haría porque cuando se crece se tiene más miedo, sobre todo cuando hay una familia de por medio. No era por fama porque ni siquiera firmaba. ¿Ustedes saben lo duro que es no firmar? Yo considero que escribía bien pero a veces hasta lloraba porque en mis crónicas decía “Medellín” o “Bogotá”. Durante cuatro años no pude firmar lo que escribía. Era algo irresponsable, obsesivo… casi por fanatismo.

Hubo espacio para discusiones sobre el libro, sobre su historia, y también sobre el panorama del periodismo colombiano. Así, hablando del tema de la censura en el periodismo colombiano ¿Considera que las manifestaciones artísticas son más eficaces que la prensa para hacer denuncias?

- En Colombia si. Como otros aprendí que en el periodismo del país lo interesante no importa y lo importante no es interesante. Pero me atrevo a pensar que este no sólo es un problema del periodismo colombiano. Temas como la salud, la crisis económica, el empleo, la educación, no son temas de periódico. Es uno de los males del periodismo. Entonces resulta más eficaz mostrar estas realidades usando otros medios: libros, obras teatrales, música. Incluso yo cuando estudiaba nunca me imagine escribir un libro, y para publicar este lo dude bastante.

El encuentro de generaciones representa también un contraste entre formas de hacer periodismo. Con nostalgia nos cuenta y con nostalgia escuchamos cómo se hacía el periodismo antes. El periodismo era realmente una profesión de cara a la sociedad. – Teníamos un profesor que nos llevaba a ver cadáveres a la Facultad de Medicina de la Universidad. Los periodistas nos tenemos que enfrentar diariamente a la vida y a la muerte y tenemos que estar preparados para eso. El día a día colombiano es una crónica de muerte. Pero los periodistas hoy ni siquiera alcanzan a ser testigos de lo que cuentan, no alcanzan a ver en que estado quedo el cadáver., entonces ¿Cómo vamos a hablar de la muerte si no la conocemos?

En la expresión pasiva y pausada de El Periodista se siente como vive su historia mientras nos habla de ella, pero sobre todo la pasión que siente por su profesión y la tristeza que le causan los karmas actuales de ésta.

- Los periodistas antes eran intelectuales, pero uno se encuentra con horror con que la gente ahora no lee historia, la historia comienza con ellos. Para contar historias y hacer periodismo es indispensable leer historias. Además se tiene la idea de que Internet es Dios y no es así, es un arma de doble filo.

De El Espectador de los Cano al de los Santo Domingo

- ¿Cómo se va a imaginar uno a El Espectador haciendo investigación sobre sindicatos o sobre desempleo cuando el grupo Santo Domingo es uno de los mayores empleadores del país?- Nos contra pregunta Carlos Mario. – Sería un completo absurdo. Este es un periodismo de empresa que tiene poca investigación, es el periodismo de los Santo Domingo- Se responde él mismo.

El Periodista evoca esa escuela de periodismo que se quedo en el recuerdo de un país amnésico como Colombia. – Entregar un periódico de 120 años a un grupo económico es haber perdido el tiempo, es haber entregado un patrimonio cultural de la nación- La rabia y la desilusión se confunden en las palabras de Carlos Mario Correa. – Ese periódico que a mediados del siglo pasado tuviera a García Márquez entre su equipo de reporteros, ese que investigo al Grupo Grancolombiano por sus desfalcos a la nación, y ese que se enfrento casi irresponsablemente al narcotráfico esta hoy reducido a páginas de comentarios. Aún existen crónicas, de La Feria de las Flores y cosas así, pero ya no se investiga como antes. Ahora lo de unidad investigativa es literal, una sola persona que investiga.

Las llaves de la memoria

¿Todavía tiene las llaves del periódico?

- Si. En realidad son llaves normales, pero tienen un gran valor simbólico. A parte de la historia de las oficinas que tuve que entregar, las llaves son las mismas que aparecen en la portada del libro, son las mismas que mostré en Bogota en la presentación del éste y las mismas que hoy aún guardo en mi casa. Son el símbolo de una parte de mi historia, una parte de la historia de El Espectador y una parte de la historia de Medellín.

¿El Espectador recuerda su historia?

- El Espectador fue el único periódico que no reseño el libro. El periódico obediente a la tradición del país no recuerda nada. No sabemos quien es quien, no se le rinde homenaje a nadie, a nadie se atribuye nada... A mi me recuerdan sólo los Cano. Marisol Cano presentó el libro en Bogotá y los demás fueron a la presentación.


Carlos Mario Correa habla de conmemoraciones. Pocos recuerdan su historia y pocos la estamos conociendo gracias a Las llaves del periódico. Hay una conmemoración que El Periodista no reclama, pero que se merece y que en esa clase, por lo menos parcialmente, le hemos dado los estudiantes que lo escuchamos.

El libro Las llaves del periódico es un capitulo más, perdido en los anaqueles de la historia, pero en el que podemos encontrar una parte de la memoria perdida de esta ciudad, y de éste país, lacerados sin dolor por la violencia y por la indiferencia, es una parte del periodismo nacional. Pero sobre todo es una parte de la historia de una persona, de El Periodista Carlos Mario Correa.

viernes, 24 de abril de 2009

Noche de Luna

Volar lejos muy lejos… nada mal. Estoy volando, no alcanzo a ver mis alas pero se que estoy volando. Vuelo en el vacío y en el infinito, vuelo en la oscuridad, vuelo en el deseo… Vuelo. Las luces y las formas se confunden con mis pensamientos, ni siquiera el más bello calidoscopio me puede llevar hasta este cielo. Pero empiezo a caer, y de repente todo ese bello panorama empieza a oscurecer.

Ya no siento mis alas, han desaparecido. Me duelen, quedaron los orificios abiertos y se me intenta escapar el alma. No quiero que se escape, no lo hace… no lo hará. Caigo repentinamente de ese cielo que ya no es cielo. Ha oscurecido y solo veo sólo luces intermitentes en el horizonte. Las luces me miran, me señalan y yo no puedo hacer nada más que querer llorar ¿Por qué me miran? ¿Por qué se me han llevado el cielo?

Recojo mi cuerpo, acerco mis rodillas a mi pecho y el palpitar de este corazón escarlata se confunde con el caminar de siempre, pero no estoy caminando. Estoy en posición fetal y pienso en lo bueno que sería volver allí, donde todo era mejor, ni siquiera tenía que respirar, y es que ¡cuanto trabajo cuesta respirar a veces!, cuando no se quiere, cuando no hay ganas ni fuerzas para hacerlo. Me siento ahogado y rompo en llanto. Las lágrimas caen en el vacío, se esparcen en él, se rompen como bellos cristales y los fragmentos toman rumbo en todas las direcciones, es como un pequeño big bang en cada sollozo.

Aún estoy cayendo, no se por cuántos lustros o segundos lo haya hecho… no importa. Empiezo a ver siluetas blancas y negras, son amorfas pero en cuanto comienzan a juguetear entre ellas van tomando orden. Caigo en el piano y empiezo a correr por encima de él. Cada zancada es una nota distinta y mientras corro desesperado va sonando una bella melodía, esa vieja canción que siempre me recuerda que éstas allí donde no estás.

No se cuantas octavas lleve pero el piano sigue sonando. Mis lagrimas se juntan en el aire, malditas ellas que forman tu rostro y me recuerdan que te quiero y que no me quieres, y que no te quiero, porque no te conozco.

Destellos rojos, o amarillos se pasean rápidamente por todo el espacio. De vez en vez me atraviesan y me dejan al desnudo, no el cuerpo que siempre lo ha estado, me desnudan las entrañas y puedo ver mis sombras y mis luces. Las sombras y las luces que me envuelven, que me arrullan mientras nuestra canción siguen sonando.

Como cuando te acercas al fin del cauce y ves la cascada, veo que el piano se esta acabando. Quiero correr más rápido pero no puedo, mis pies se mueven con letargo y suena el ritardando que marca el final de mi canción, y de la tuya. Toco la última tecla y me siento caer, dormido, mientras mis lágrimas van marcando el recorrido. El piano nunca existió, ya no lo veo, es tan irreal como yo, como este sueño.

Caigo suavemente y la luna me recibe, aún estoy desnudo y aunque la luna tiene fama de fría no sabes cuanto se me esta calentando el corazón. Me recibe con forma de cuna y cuando estoy en ella se empieza a mover, de un lado para el otro, de arriba hacia abajo para arrullarme, para que yo no me valla a despertar. Se mueve por todo el oscuro telón mientras las estrellas la miran con indiferencia y desdén. Luna, estas en creciente, por favor rápido, fúndeme en tu blanco horadado, ¡hazme tuyo! La luna me quiere, ella si sabe escucharme y mientras sigue creciendo yo me voy perdiendo en ella, me convierto en ella.

Todo ha desparecido y se siente… ¿Acaso no sabes lo que se siente estar en la luna y ser luna? Es como… es como… ¡¡Ah!! Tienes que vivirlo. Ven, te invito a que seas luna conmigo.

Cómo no vienes yo decido continuar en lo mío, en mi sueño. Pero estoy sudando, es desesperante y ya no quiero llorar, pero si quiero gritar. ¡No! Maldita luna que dependes del sol, y mientras no tengas sol no sos luna, pero entonces yo no soy luna.

Nadie me quiere mientras no sirva para alumbrar las noches de los vagabundos, mientras no sea luminotécnico de este gran escenario, y… mientras no estés tú para quererte. Si es de día, yo no quiero salir. Me desvanezco en el vacío, rompo en miles de pedazos, ya no soy, pero no sabes cuan bien se siente… no existir.

martes, 14 de abril de 2009

Santa Semana

“Tantos planes, tantos planes vueltos espuma. Tu por ejemplo tan bienvenida y tan inoportuna”
Inoportuna. Jorge Drexler.

Nunca es fácil ver a la muerte golpear contra la cara de nadie, menos si ese mal dicho nadie es una madre.

Cuando me informan de la muerte de alguien a quien conocí, con el cuál tuve probablemente contacto aunque la relación no fuera la más cercana, no puedo evitar sentir vació e impotencia. Mucho peor es la sensación cuando se que el dolor de esa muerte recaerá sobre alguien conocido.

Mientras la Banda tocaba desafinadamente, quizás por las emociones aglutinadas en la garganta que no dejaban salir bien el aire, adelante iba el féretro negro. Y el vaya y venga de siempre: Los ramos, el cortejo de personas que a pesar de vestir de luto parecen ser los más indiferentes ante el dolor que se esparce en el aire, el llanto, las miradas curiosas. Además la incomodidad de siempre, ¿Qué decir? ¿Qué hacer? Limitarse a acompañar resulta siempre una buena opción, porque meterse con el dolor ajeno, aún más, intentar comprenderlo es una labor, además de pretensiosa, titánica.

Uno nunca sabe que tan destrozado se encuentre un corazón detrás de una cara sudorosa y empapada por las lágrimas, incluso, por muy tranquilo que llegue a parecer el rostro los ojos siempre nos delatan, son como pequeñas puertas incómodamente abiertas por las cuáles se puede llegar al alma, eso si, sabiendo la ruta. Y si nosotros los descarados voyeuristas no sabemos como comportarnos, mucho más difícil ha de resultar para quienes están viviendo la perdida en lágrimas y sangre propia, porque es que llorar por inercia es fácil, pasa como con los estornudos y los bostezos que se vuelven contagiosos; pero llorar con el alma desmoronada, aún sin llorar físicamente es, por lo menos hasta que sea yo quien lo viva, indescriptible.

Alguna vez dije que la música es vida en medio de este mundo de muerte, y me mantengo en lo dicho. Sin embargo resulta muy paradójico ver como un féretro se bambolea sin ritmo ni gracia en su baile final al son de las marchas fúnebres, más sabiendo que los hijos de quien va en él están allí, en medio de los músicos, dejando el llanto de lado y convirtiendo el dolor en el último homenaje que le pueden hacer. Entrar al cementerio tocando, en el entierro de su propia madre, y terminando con una marcha que titula “El adiós de una madre”, definitivamente eso es para hombres, hombres grandes de trece años, en cuyo nombre el diminutivo “ito” estorba.

He de confesar que entre la rabia, la impaciencia y el desconsuelo que me producen la idolatría y la exaltación irracional de ritos y figuras, hay cosas que no puedo evitar. Sobre todo en los últimos días de la llamada Semana Santa, cuyos actos están tan cargados de simbolismo, no puedo evitar enfocar mi atención a lo que veo, comportarme como un asistente a una obra de teatro que se repite cada año, que tiene siempre los mismos personajes y que todos sabemos como va a terminar. Ver entonces la imagen de Maria con su vestido negro y el rostro triste, además con su hijo Jesús en las manos no deja de ser impactante, por donde se mire es una madre que carga el cuerpo de su hijo muerto. Todo es muy bien ambientado con la estridencia de las marchas que agolpan los balcones con confusos acordes menores. Es bonito, no lo niego, hay una grandísima carga cultural detrás de todo ello. Sin embargo un mes después nadie lo recordará, todos estaremos de nuevo sumidos en nuestra propia historia. Un mes después habrán varias personas que seguirán recordando lo sucedido, no las procesiones incesantes ni los ruegos inclementes. Estarán recordando, aún con dolor y con amargura la ausencia de quien, en esa misma semana en que se conmemora y se recuerda la historia de Jesús, tuvo que partir, pero para ella no habrá esperanza de tercer día.

Con todo lo que pueda pensar acerca de las reacciones a la muerte, egoístas todas hasta cierto punto, este es un cuadro que sin duda perdurará en mi memoria más tiempo que la gastada imagen de Jesús crucificado.

Por ahora me limito a pedir que cuando yo muera mi familia haga conmigo lo que su moral y religión les indiquen porque estando yo en esas ni ganas de exigir. Eso sí, que pongan música en mi velorio, desde sinfónica hasta salsa, todo lo que pueda llamarse Música y si es posible y vale la pena que lean algo que haya escrito en vida, ahí se los dejo a su criterio. Creo que no es mucho pedir.