martes, 21 de diciembre de 2010

La Banda Sinfónica, el valor del silencio y los proyectos de sociedad

Extraño que escriba, y sobre todo, que publique sobre ésto. Bueno ¿Y? Hoy me dieron ganas, y lo hice. Soy mi propio editor. ¡Lero Lero! Y como dicen por ahí... A quien interese. El título, más que título es un índice desordenado, pero como he dicho antes, soy mi editor, y así lo dejaré. Ahí queda...


Foto: Luz Adilia Esparza. BSB en novena con niños del ICBF. Instituto Salesiano Pedro Justo Berrío. Medellín, Colombia.


Para la Banda Sinfónica de Barbosa - BSB

Sentir el fracaso ajeno como propio, la dificultad del vecino como una dificultad colectiva, el sufrimiento del distinto como un obstáculo para el desarrollo de todos, eso sería vivir en una sociedad, valga la extraña redundancia, con conciencia social. Conciencia social es comprender que no se vive solo, pero más aún, que los problemas de uno solo son culpa de todos los demás, y que por tanto la solución, en el fondo, también debe ser colectiva.

Las bandas sinfónicas no sólo son una de las tradiciones más arraigadas de nuestra cultura, como ya está dicho y re-dicho, sino que son -como también se ha dicho- instituciones socializadoras, constructoras de personas antes que de músicos. Yo pensaría que deben ser formadoras de músicos, y que la formación personal es un efecto colateral, y no al revés, pero en nuestra sociedad enferma no es nada extraño que la formación personal sea una prioridad. Está bien, no discutiré eso.Una institución "socializadora" no debe ser aquella que adapte a las personas a vivir en su entorno, es decir, que las acostumbre a ver las cosas, de por sí desordenadas, como normales, sino que debe ser aquella que cree individuos capaces de preguntarse por el qué y el porqué de las cosas, las causas, consecuencias, y por supuesto, posibles soluciones. Los más retrogradas y retardatarios los llaman desadaptados, yo por mi parte, quisiera que el mundo tuviera muchos más desadaptados -en el sentido más humano de la palabra-, porque adaptarse a vivir en una sociedad enferma no es más que el primer síntoma de contagio.

Tanta perorata y palabrería para decir sólo una cosa. Las bandas sinfónicas son un fenómeno social, además, valga recordarlo, como ya hemos dicho y sin ánimo de ser populistas, "de los pueblos y para los pueblos". Así mismo, puede entenderse cualquier institución como una pequeña sociedad, un pequeño "ordenamiento jurídico" como diría un abogado. Como todo ordenamiento jurídico, las leyes, las jerarquías, las normas, incluso las sanciones, deben existir, pero también, como una micro-sociedad, todas estas deben venir de un acuerdo fundamental, de cierto consenso. El consenso solamente debe tener un objetivo: lograr un proyecto de sociedad, en este caso un proyecto de banda. No es cuestión de mayorías, porque cuando la voluntad general se mide con mayorías está cerca de convertirse en tiranía o dictadura, y nada más lejano para la consolidación de un proyecto de sociedad.

Lo fundamental es sencillo. En una sociedad, la vida debería ser un principio fundamental. En una banda, podría equipararse ese principio con el silencio. Pero así como la vida tiene unas intenciones de realización y unas condiciones especiales para ser digna, el silencio por sí solo no es más que vacío. Proveer al silencio de concentración, de disposición, de "espíritu", llenar el silencio de vida, darle alma al silencio para que los ruidos sean música, es tanto como propender porque la vida pueda vivirse en condiciones de libertad y justicia. Es como decir que, así como los derechos fundamentales son necesarios para que la vida valga la pena, debe haber unos "derechos fundamentales" para que el silencio sea más que simple ausencia de sonido.

Me he desviado un poco. Vuelvo a lo que decía en un principio sobre la conciencia social. En esa microsociedad llamada banda, la conciencia de grupo, de instrumento colectivo es imprescindible para lograr cumplir metas, llenar expectativas. Un percusionista debe saber que la desafinación del último de los clarinetes es un problema que le afecta directamente, y que por tanto debe ayudar a solucionarlo, ya que probablemente hizo parte de la causa. El problema de acople de los saxofones debe cuestionar tanto al resto de la agrupación, que desde el piccollo hasta el triángulo deben procurar porque por algunos momentos, mientras el director -ese hombre que debe tener todas las características de un "buen gobernante"- intenta solucionar el problema, sean los saxos el centro de la banda. Es la banda misma es la que está sonando, y quizás sonando mal. El pasaje complejo del oboe, exigente en respiración, digitación y concentración, es en últimas el que hará que toda la banda, incluso los fliscornos barítonos durante sus redondas de acompañamiento al parecer poco importantes, suena bien. Lo dicho, y no es nada nuevo ni novedoso, es que una banda en su resultado no es la combinación de muchos instrumentos sonando al tiempo, es un sólo instrumento -con el que se puede interactuar en ese caso- interpretado por el director, el que suena, lo haga bien o lo haga mal. Dicen que una cadena es tan fuerte como su eslabón más debil. En la banda, cada voz, cada instrumentista, sin importar cuanto lleve, hasta qué nota suba o cuántos años tenga, es un eslabón de esa cadena. Reemplazando, podría decir que una banda es tan fuerte, como su integrante más débil, tan buena como su músico de menor nivel.

El papel de cada uno en el papel de los demás, en pro de alcanzar un objetivo común, no es, ni mucho menos, el de reemplazarlo ni usurparlo. Algunas veces será el de corregirlo, pero respetando las relaciones de autoridad, el famoso "conducto regular". Pero la función más importante en lograr que cada tuerquita de ese gran reloj que es la banda funcione y la hora llegue "a tempo", es la más sencilla de todas: hacer silencio, y sobre todo, saberlo escuchar. No debe el trompetista tomar el corno para hacer el solo que a su compañero le causa dificultad. Hacer silencio, saberlo escuchar y saber aprender de lo que escucha, puede aportar muchísimo más que cualquier comentario inoportuno, y muchas veces, desacertado. Puede ser paradójico, pero no es nada ilógico, pensar que la facultad más importante para poder sonar bien, hablar bien, conquistar bien, encantar, es saber escuchar. No se escucha con la boca abierta, sino con el oído dispuesto, entonces, para saber escuchar, el primer paso es hacer silencio. Los otros pasos estarían enmarcados en lo dicho antes, llenar el silencio de vida, negar que el silencio sea simple vacío, pura ausencia.

Una sociedad falla cuando no hay un proyecto común -y bien pensado- de sociedad. Una banda puede estar al borde del abismo cuando no hay proyecto común -y bien pensado- de banda. Pensamiento de agrupación, conciencia de instrumento colectivo, funcionalidad de reloj, todo eso dicho antes, pero nunca redundante. Por último, quisiera, algo fuera de contexto del tema principal de este texto, pero relacionado con lo dicho antes sobre el papel del artista, y de las personas en la sociedad, citar a Tomás Carrasquilla, en su ensayo Sobre la sencillez:

El artista, lejos de apartarse de las masas, en todas quiere mezclarse. Mientras más iletradas y analfabetas, mejor le satisfacen. El artista es un ser sin gravedad, sin asiento, sin fórmula de ningún linaje. Es un ser ingenuo, pueril, candido, aveces majadero y siempre chiflado o maniático. Si tal no fuera, dejaría de ser artista, porque el arte es una infancia vitalicia. Ved, si no, los niños: construyen edificios fantásticos con todo lo que encuentran; pintan mamarrachos imposibles en todo lo que puedan; esculpen monigotes en todo lo cortable y les farfullan con todo lo amasable; cantan y remedan lo que oyen y lo que no; tañen y teclean en cuanto les venga a mano; narran cuentos y los combinan y los inventan.

Hay que convertirse en un loco, sí, en un desadaptado. Pero un desadaptado, un loco sin disciplina, sin compromiso verdadero con su locura, probablemente no tenga más destino que la superficie blanca y amoblada de un hospital mental.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Un mundo para vos

(Dedicatoria prohibida)

Debo inventar un mundo nuevo, hecho a la medida de los dos. Un mundo en que nuestros miedos y nuestras ilusiones, en que nuestros sueños y nuestros fracasos queden ajustados. Debo construir, palabra sobre palabra, un lugar en que no quepan los demás lugares, al que no puedan entrar las limitaciones, donde las barreras sean una plaga erradicada.

Un mundo para dos.
Debo escribir un mundo donde lo prohibido sea ley de leyes, donde los deseos no sean censurados por los pensamientos, donde no haya institución que nos regule, ni temor que nos impida vivir. Es eso lo que debo crear, un mundo para vivir. Una dimensión desconocida en la que el único sufrimiento sea no poder permanecer en ella.

Debe ser un mundo de adjetivos y sonrisas, de frases indirectas pero pretenciosas, que cuando sean mal pensadas sean bien intencionadas, que cuando sean mal intencionadas sean bien pensadas. Un mundo en el que el más bello paisaje sean tus mejillas sonrojadas, tus labios quebrados pero húmedos y siempre carnosos, tus ojos esquivos pero atrevidos, y en el que nuestro oficio no sea más que contemplarnos, escudriñarnos, desnudar con nuestra mirada nuestro pensamiento.

En ese mundo la noche debe ser tan oscura como tu cabello pero tan brillante como tu rostro y tan clara como tu más compleja preocupación. El amanecer como tus espaldas, porque el sol saldrá por tu hombro izquierdo y se esconderá por el derecho.
Será un mundo móvil, que sea adaptará a tus prejuicios pero te permitirá viajar por nuevos sabores, nuevos olores... nuevas sensaciones.

No debe ser un mundo para mí, pues sólo soy el albañil. Quiero construirte ese mundo para que decidas si puedo estar en él. Sin embargo, sabes que si no estoy no serás capaz de conducirlo, de manejarlo, de sentirte bien en él. Es un mundo diseñado para vos, pero con espacio para dos.

Un mundo hecho de verbos, en que cada pensamiento, censurado y señalado en otros mundos, no tenga más opción que convertirse en realidad.

Un mundo sin tiempo: sin el peso del pasado, el afán del presente ni la angustia del futuro.

Debo construir un mundo para dos.

Quiero imaginar un mundo para vos.