domingo, 3 de enero de 2010

Decidiendo, decisiones

Él decidió regalar todos sus besos, poner toda su cantera a nombre de ella y bajo condición de exclusividad. Ella abrió su corazón y apretó los labios mientras pensaba en que tanta vida era poca para estar con él.
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Él decidió cerrar sus ojos, respirar profundo, calmar su circulación y agudizar sus oídos. Ella decidió quedarse callada.
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El decidió quedarse sólo. De la misma manera ella decidió morir.
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Él quiso contarlo todo, pero él no iba a ser capaz de soportarlo. Mejor sólo que marica.

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Ella pensaba que era lo mejor para su hija. Su hija pensaba que era lo mejor para su madre. Ninguna de las dos supo nunca ser feliz por su propia cuenta.
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Cuando ella se levanto a apagar la luz supo que para su padre no se volvería a encender. Se echó limón podrido en los ojos y juntos aprendieron a ver la luz de un color diferente, a caminar la vida por sendero nuevo.

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Después de la muerte de su esposa aquella navidad, el árbol y las luces fueron “sepultadas” también para siempre.

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Con arena en los calzoncillos sellaron el amor que iban a conocer muchos años después, muchos cuerpos después.

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Sería mejor morir en paz. Uno aprende que hay cosas que es mejor no aprender. El diario nunca volvió a golpear la puerta y sus hojas nunca volvieron a golpear sus pupilas.

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Yo aprendí que el amor eterno dura lo que dura una persona despierta o de buen humor. Aprendí que no creía en el amor eterno, pero que creía en poder enamorarme todos los días, día de por medio quizás, de la misma persona hasta que no tuviera días para contar.

1 comentario:

Lucas Vargas Sierra dijo...

Parce, me gusta, me gusta mucho...

La escritura así por punticos, como por paréntesis, me parece muy chimba...

¡Alegría!