miércoles, 8 de febrero de 2012

Desagravio

Heridas, fantasmas,
noches que pesan,
caen los faroles,
suben el humo y el tiempo,
y en la humareda
que deja la soledad
suena una trompeta
disfónica, casi muda,
rota, que llora, que brilla.
Suena al fondo
el resto de la orquesta,
y palpitan las pupilas
que murmuran lo que
la lengua se niega a decir.
No reconoce el desequilibro
del movimiento muscular.

La soledad, que no está
 poblada de ausencias,
la soledad llena
de habitantes y visitantes,
la soledad que se muere
al sentir,
que muere en cada respiro
y en cada paso que
se da hacia delante,
hacia algún lado,
algún horizonte por definir.

Juegas a escribir
hasta que se acabe la tinta
o hasta que muera el humo,
el agravio de
los labios remojados
distantes, tan cercanos.
El deseo mudo
que se esconde
en cada mirada Intencionada
y en cada viso de prudencia.

Escribir sin revisar,
pensar sin retornar a lo pensado.
Ver las palabras revolotear
por el espacio vacío
del pensamiento,
poblar la mente,
y no abrir la ventana para que escapen.
Intentar  versos
con la certeza del fracaso,
Chocarse con la prosa casual,
involuntaria,
y cercana a la voluntad
y a la capacidad de dejar
que sea la mano
la que tome las decisiones.

Que la mano se vaya,
corra tras lo desconocido
mientras ves que por fin
el humo va muriendo
y el exorcismo de turno
muere con él.

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