domingo, 1 de marzo de 2009

Miradas: Retrato de sábado en la noche

El día ha muerto, y aún la noche más viva de la semana tiene su carga de muerte encima. El mundo podría desaparecer en la noche, al fin y al cabo nadie lo usa. Pocos necesitamos a esa hora de un pequeño puente de madera, y nadie necesita de una estación de gasolina, en caso de necesitarla mala suerte, no hay quien atienda. las luces se encuentran perdidas y no puedo evitar imaginarme las estaciones que muestran en las películas norteamericanas, siempre en medio de la nada, siempre misteriosas y conocedoras de las leyendas de la región.


Este puente es afortunado, es el único sobre ese sector de la quebrada que sirve para lo que realmente fue hecho y aunque los que hay a menos de cien metros quebrada arriba y a menos de cien metros quebrada abajo son mucho más grandes, y sobre todo mucho más utilizados, también tienen segundas utilidades ajenas a sus funciones reales. Aquellos sirven de casas, para aquellos que no tienen y, según algunos vecinos, allí van algunos borrachines del pueblo a desfogar sus más terrenales pasiones.


Esta escena seguramente se repite muchas veces en muchos lugares y en circunstancias distintas. Una ambulancia afuera del pabellón de urgencias de cualquier centro asistencial al que pueda llegar. Alguien está sufriendo, quizás se está muriendo, o simplemente quiere no morirse. Riña callejera, apendicitis, accidente de tránsito; hay un gran abanico de opciones.




Zona de hospitalización del hospital. ¿Quién estará peor? Estar en urgencias significa un dolor grande, y más en este país en que con cada enfermedad se pone a prueba más la paciencia que los anticuerpos. Pero estar hospitalizado es sumarle al dolor de la enfermedad la zozobra de no saber que puede pasar, cuánto habrá que pagar. Además, el azul y blanco de los hospitales también enferma, tanta pulcritud junta da escozor.


Hasta los borrachos tienen derecho a dormir, incluso más que los que tenemos la desgracia de estar aún sobrios. La noche quizás fue prometedora para él, el que está detrás del kyosko acostado sobre un muro del parque principal. Como mínimo llevaba allí media hora antes de que me fuera. Está inerte, demasiado. Espero que los recuerdos en su cabeza -si los hay- sean mejores que el alcohol que en ese momento lleva en la sangre.









Biblioteca Pública Isolda Echavarria. En este momento está vacía, afortunadamente en el día y entre semana se mantiene menos vacía. La bibliografía no es precisamente la más amplia, seguramente se encuentran más información y más joyas en los computadores que hay adentro. Pobre edificio, con su apariencia de iglesia, tan blanco, tan grande. Tiene más gente adentro cuando viene Andrés Felipe Arias o personajes de ese talante, motivo para estar completamente deprimido.








En el día es morada de niños de guardería y montones de adolescentes colegiales. Este parque tiene una magia especial, un no se que. Es agradable de día y es agradable de noche. El árbol que florece sólo una vez al año de manera hermosa pintándolo de amarillo, el templo más antiguo del municipio que se levanta históricamente, las casas al rededor de estilo colonial que contrastan con las edificaciones modernas. Y la gente, desde los grupos de amigos que derrochan de cigarrillo y licor en todas sus formas hasta las parejas de novios que llegan en búsqueda de la intimidad que seguramente encontrarán.


Casi con apariencia de pesebre decembrino, todo lo pomposo se encuentra al rededor, pero en el centro esta el detalle más importante. El imponente templo parroquial sirve de marco a la una de las pequeñas y cotidianas muestras de la miseria humana, no porque esa persona sea la misera, la miseria y la degradación radican en el contraste; a esa hora muchos pasamos por el parque sólo para ver gente, calmar caprichos, tomar algo. etc. Él está casi obligado, y la verdad la puerta de la Iglesia se ve muy cómoda.


Este edificio me ha causado mucha curiosidad en los últimos años. Es quizás uno de los más grandes del municipio, sin embargo se pasa de ignome. Con apariencia de edificación ochentera se puede ver, incluso en la noche, como le han pasado los años y los daños. No hay una sola ventana que esté completamente buena, además el blanco ya no es blanco. La preconcepción que tengo de éste es de un edificio habitacional, diría que una pensión. Al pasar por allí solo por una ventana sale luz, juntos con las notas de uno de los pocos vallenatos agradables que existen, lastimosamente el nombre no lo sé.


Aquí los niños ya no juegan, y no porque ya casi de la una de la madrugada, no porque esté oscuro, sencillamente porque aquí los niños ya no juegan, no con sol ni sin él. No me había detenido a pensar en la profunda crisis existencial por la que estaría pasando yo de ser este parque, afortunadamente no lo soy. Los parques para niños pequeños ahora son usados por niños grandes, en juegos distintos, o sencillamente no son usados. A los niños de ahora, a muchos de ellos, no les gustan los juegos con los que mi generación creció.

1 comentario:

Nynne dijo...

Como me dijeron una vez..."no muchas personas son verdaderamente conscientes de lo que les ha ocurrido durante el dia, ni se atreven a imaginar para explicar lo transcurrido", y agrego...cuántos aprecían de verdad una noche, y después que ha pasado...y aunque fuera de sexo...alcohol...o yo que sé que disfrutan tantos en una noche de sábado además, cuántos aún la disfrutan al día siguiente, y a los muchos días?, en cambio yo disfruto esa noche tuya...ese escrito tuyo...esas imagenes y las disfrutaré...si las releo.