lunes, 10 de noviembre de 2008

Muerte caminante

De nuevo, una vez más algún impulso extraño se adueña de mí. La ociosidad es la madre de todos los vicios, y si mi vicio cuando no encuentre nada que hacer de manera inmediata y satisfactoria será el escribir, entonces esa es una madre a la que le tomaré mucho cariño.

Un hombre sólo se encuentra en su casa, en su cama, sus ojos miran para el techo, pero él esta adentrándose en su propia alma, buscando de nuevo lo que no se le ha perdido. Probablemente no es un NN, mucha gente lo debe conocer, igualmente el debe conocer a muchos similares, pero su vida está vacía a tal punto que se siente como la roca del desierto que nunca ha tenido la fortuna de ser pateada por ningún animal.

Se encuentra pensando, da vueltas y vueltas sin rumbo, sin saber a donde quiere llegar, rabia y melancolía asaltan su alma, alma inocente y pura, pero desprotegida ante la arremetida que día a día su mundo y su supuesta realidad se empecinan en llevar a cabo. ¿Lágrimas? No, ni siquiera eso vale la pena, aunque serían la mejor medicina o la mejor droga para sus heridas y sus cicatrices. Las lágrimas sacarían de sí todo el rencor que tiene, toda la tristeza que en él se agolpa inclementemente y no lograrían más que alargar lo inevitable, aplazar el momento en que su sangre se rebozará y decidirá salir enérgicamente, por su nariz, por su boca lavando aquellos labios sucios, por sus ojos impuros testigos de la maldad, de su maldad, de nuestra maldad. Ya no tiene valor ni para llorar.

Se levanta, se toma la cabeza, toma sus cabellos como intentando arrancarlos de sí, como intentando despojarse de algo que siempre aunque se intente cortar y mantener igual sigue creciendo de manera voluntaria. El sudor empieza a recorrer su rostro, y la sien, llega hasta sus labios con ese inconfundible sabor salado, recorre su vientre también acercándose a sus genitales, coquetea con los bellos de sus piernas, impregna todo su ser. Ese sudor lava su presencia y le da un aura extraña, de desesperación y desconsuelo.

Se levanta, busca sus zapatos, uno de ellos se esconde debajo de la cama pero al final no puede escapar. Se calza apresuradamente y camina con rapidez hacia la puerta, no sin antes tomar la chaqueta negra de cuero que lo ha acompañado en los momentos más deprimentes de su existencia. Lleva un papel en la mano, no tiene conciencia del momento en que lo cogió pero lo aprieta con fuerza. Sale cerrando con fuerza la puerta y no mira hacia atrás. Camina con determinación, pero no sabe hacia donde se dirige. “¿Hacia dónde?” Le preguntaría el taxista, “hacia ningún lugar” sería la respuesta más probable y más realista, pero ante la segura impotencia del desconocido para cumplir sus ordenes decide simplemente caminar.

Sus pies no reciben orden alguna, se mueven de manera casi autómata coordinándose solo con sus ojos. Las primeras calles que recorre le son muy conocidas, allí creció y formó todo lo que en este momento no puede ver pero si sentir, y no hablo de ningún dios ni de ninguna fuerza sobrenatural, hablo de su espíritu. Imágenes llegan a su cabeza por montones, muy familiar se le hace cada esquina y cada acera. Los amores imposibles que recorrieron aquellas calles con desprecio e indiferencia llegan en forma de recuerdos como flechas que atraviesan su corazón ya sangrante. Aprieta más sus manos, sobre todo la izquierda, en la que lleva aquel papel.

Avanza con rapidez, con movimientos ágiles y seguros. El viento atraviesa sus cabellos, acaricia sus orejas y se opone a que mantenga sus ojos completamente abiertos. El sonido que este causa le produce tranquilidad y sosiego, pero aumenta su impresión de soledad. Su apariencia es lúgubre, la oscuridad se adueña de él y opaca los latidos de su corazón rebelde que contrario a lo que su cabeza quiere sigue palpitando. Se adentra en territorios desconocidos, estas calles y carreras ya le son ajenas y desconocidas, no tiene la menor idea de que historias las hayan recorrido y mancillado.

Un perro que ladra, un borracho que canta, una mujer que llora y la luna que lo mira son la única compañía que tiene cerca. Camina zigzagueante, de una luz a otra, como huyendo a la oscuridad que tanto lo persigue, eventualmente un farol de aquellos falla y la oscuridad ve la oportunidad de adentrarse más en el temeroso y cobarde tipo. De pronto la tranquilidad de aquella noche se ve interrumpida por una sirena, el sonido del caucho haciendo fricción con el pavimento por las bruscas frenadas y un hombre que corre desesperadamente con un arma en su mano. Todo es rojo, azul y un poco verde. Una potente ráfaga de “los buenos”, la bala sale, su destino es la cabeza de “el malo”, o por lo menos alguna cabeza. Encuentra la de aquel tipo, la del hombre que tan solo hace setenta y tres minutos se encontraba tendido sobre su cama.

El cuerpo se queda quieto, como esperando, expectante antes los sucesos posteriores, de pronto las siluetas se confunden y recibe otra descarga de plomo, esta vez contundente, un tiro de gracia. Primero las rodillas, luego las manos que amortiguan la caída para que el muerto no sufra mucho, el torso. Ahora esta tendido en el suelo, derramando su sangre y respirando por última vez, despidiéndose del mundo que con alegría le mueve la mano, del mundo que nunca fue para él, que nunca lo supo comprender y que nunca lo quiso adoptar. Ahora no es más que un trozo de materia orgánica tirado, sin alma, sin vida, sin esperanza de nada, sin ganas, características que tenía antes de ser asesinado.

Los agentes de la ley se acercan para ver el cuerpo, la camioneta frena y ellos se bajan. Todo ha sido un error, desde el nacimiento del hombre hasta la confusión del momento inmediatamente anterior. Su vida fue un error, pero su muerte también lo fue. Notan que en una de sus manos, la izquierda que momentos antes perdió la fuerza para seguir apretando, hay un trozo pequeño de papel, arrugado y húmedo. Atrevidamente alguien lo toma y lee con desprecio y torpeza:

Adiós mundo de mierda al que tanto adoré y al que tanto quise aferrarme hasta el último momento. Adiós mujeres de mierda que nunca fueron capaces de encontrar lo que tanto buscaban, lo que para ustedes había guardado dentro de mí. Adiós madre de mierda, única razón por la que no había tomado esta decisión antes, única responsable de mi desgracia por haberme traído pero también responsable de mis pocos momentos de felicidad por haberme mantenido. Adiós tierra sin dios, sin son ni ton, sin rumbo y sin esperanza…y a vos, testigo de mi muerte, el momento mas sensato de mi existencia…ADIÓS.

De nuevo es arrugada, maltratada y tirada al suelo, cerca del cadáver al cuál pertenecía.

No se bien que fue lo que pasó, si él salió en búsqueda de su muerte o si ésta ya le estaba siguiendo los pasos. Lo cierto es que tenían una cita inaplazable a la cual ninguno de los dos podía faltar. Después de 16 años ésta se convirtió en la mejor y única amiga que tuvo, la más fiel y leal, pero sobre todo, la más justa.

Y allí yace, en una calle desconocida, ante verdes desconocidos, desconocido él mismo, cerca de un perro, un borracho y una mujer desconocidos también, bajo la luz y la mirada de las únicas que lo conocían y sabían lo que iba a pasar, la maldita luna y su maldita noche.

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