viernes, 6 de febrero de 2009

En sus Memorias (II)

A David Julián Usme Giraldo (21 de abril de 1991- 4 de febrero de 2004) y sus padres.

"Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar. Pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar"
Serrat

Yo no había podido comenzar 9º grado por cuestiones de nuestro sistema educativo, sin embargo mis compañeros ya habían comenzado. El descansar también cansa, y mucho, entonces mis ganas de entrar a estudiar eran mortales, no tanto por la academia, sino por tener algo distinto que hacer. Al colegio no se va a estudiar y a la universidad mucho menos, eso no es más que una excusa. Yo tenía muchas ganas de volver a ver a mis compañeros después de tanto tiempo, y de conocer a las compañeras nuevas. Tenía curiosidad pero me tocaba esperar, conformarme con lo que me iban contando.

Viernes 4 de febrero, era de noche. En la tranquilidad de mi pieza suena el teléfono, cuando contesto Franklin me dice con una voz que no sabía si entender como de dolor o de risa, que David se había muerto, que era en serio, que si quería me fuera para la casa de él en ese mismo momento. Una camiseta verde, un jean apretado, zapatos, cuéntele a su mamá y salga corriendo, literalmente corriendo, en el camino me encontré a Michel, su amor no correspondido de colegio, el de David, ella no sabía nada, yo no me atreví a contarle, seguí hacia la casa de Franklin a donde ella llegaría unos momentos más tarde.

Yo ya había creído, pero lo que encontré me hizo hacerlo mucho más. Dos hombres sentados en las escalas llorando, Franklin con la cara roja de acompañarlos. Llegue y saludé, ni modo de preguntar como estaban, era evidente que nadie estaba bien. Todos estábamos confundidos, yo también, al aterrizar en lo que había pasado comencé a llorar. Compañeros y amigos seguían llegando y todos se unían al coro de llantos. Quizás nunca habíamos sentido la muerte tan cercana, el dolor que está causa, esta vez si, nos tomó por sorpresa y nos revolcó.

Por aquel día viernes no podíamos hacer nada a parte de esperar. Todo mundo para su casa que el cuerpo se demora, el accidente fue en Puerto Berrío y ustedes saben como es eso. Llegué a mi casa, no sabía si dormir o no hacerlo, si quedarme pensando, recordándolo con sentimiento de culpa, o dormir esperando el difícil día que se nos venía a todos encima. El sueño me venció, de todas maneras tenía que madrugar al otro día, responsabilidades familiares de esas de “la vida sigue”.

El día comenzó temprano, arrumando leña con mis primos, como habíamos quedado hace varios días. Y yo seguía hecho un nudo. ¿Cómo era posible? Uno no se muere a las 14 años, el no tenía porque haberse ido tan rápido.

En la noche, después de lo que seguramente fue un día pesado para todos, nos volvimos a reunir en el mismo lugar de la noche anterior. Era temprano, sabíamos que los cuerpos ya habían llegado, pero no los estaban velando aún. Mientras iban llegando todos veíamos televisión, tratando de reírnos con Sábados Felices. Eran unas risas mudas, desganadas, pausadas. Ante lo inevitable del dolor y de la muerte, necesitábamos sentirnos acompañados, asegurarnos de que nadie más se nos iba a morir ese día, sentir que los corazones de los otros seguían palpitando, cerca de los nuestros.

Cuando llegamos a la sala de velación no había aún ningún cofre expuesto. Esperemos entonces, hablemos un poco, recordémoslo, tratemos de escribirle algo para pegarle en el ataúd. Nada, todo era inútil el tiempo se empeñaba en cobrarnos los segundos, uno por uno. Hacia frío, casi todos estábamos de chaqueta negra. Mientras a escasas cuadras de allí la gente disfrutaba de su sábado en la noche, nosotros seguíamos esperando. De un momento a otro llegó el primer ataúd. Era gris y de formas rugosas. Nadie sintió nada, al parecer sabíamos que no era él, su olor aún no estaba cerca, no lo sentíamos allí. Un momento después llegó el otro ataúd, también gris, pero de formas ovaladas, “más juvenil” dijeron algunos, a la muerte también hay que tenerle diseños juveniles, y para niños, uno no sabe en que momento puede tocarle.

David siempre irradió alegría, y eso fue lo que más nos dolió cuando murió, la habíamos perdido, no volveríamos a ver su sonrisa. “El gordo” como lo llamábamos a veces por su contextura, era aficionado a los video juegos, a los de consola y a los de computador, y perdía horas viendo programas en Discovery Channel, soñando con algún día construir algo suyo, algo que tuviera su nombre y que fuera tan majestuoso como lo que veía en la pantalla. No se si sus padres tuvieron quejas suyas, demás que si, siempre las hay, pero siempre lo vimos como un hijo dedicado, al negocio de su padre, a vender arepas de queso en el parque, las mejores de Barbosa sin duda alguna, también al estudio, nunca fue el mejor, pero era muy responsable, y hacer trabajos en grupo con él era muy ameno, fuera porque no se hacia nada hablando de otras cosas y riéndose, o porque a la hora de trabajar siempre se salía con algo. Y es que los momentos con él siempre eran agradables. Conversaciones interesantes, que esta compañera esta buena, que esta está mejor, que la otra no aguanta. Que yo creo, que yo sueño, todo lo que uno habla con los amigos del colegio.

Agosto para David era un mes especial, no se si siempre lo fue, pero si en sus últimos años. Era el mes de Eolo, el mes de los vientos, el mes de las cometas. Y hay que ver como se apasionaba y hacia de la construcción de una cometa un gran proyecto de ingeniería. Ir y coger las varas, comprar la hilaza y la fibra, comprar el papel y empezar a idear ¿y las tareas? No importa, para eso habrá tiempo después. Ese gran proyecto, con el que corría por las calles como un niño con juguete nuevo, yendo hacia el Cerro de la Virgen, duró buen tiempo en el aire, lo suficiente, pero no volvió nunca con nosotros. Pensar en donde pudo haber caído, reírse, “hijueputiar” y volver a casa resignados pero con alegría y orgullo, por un momento el aire fue suyo, y de nosotros, no había nadie más.

Todo eso se nos pasó en un segundo por la cabeza, el dolor nos golpeó de frente, sin más remedio que poner la otra mejilla. Ese sí era su ataúd, y las lágrimas no se hicieron esperar. Nos abrazamos unos a otros, el se nos había ido y nos sentimos más solos que nunca. La sala se lleno de llanto y sollozos, muchos de ellos juveniles. Y es que no importaba de qué generación éramos, todos llorábamos por igual. Sus hermanos, que lo disfrutaron más que nosotros, sus conocidos, y nosotros, los que nos creíamos sus amigos.

Probablemente quién más lloró fue Franklin, todos entendíamos sus razones. La última vez que lo vio iba saliendo, iba de paseo, y las últimas palabras que le dijo, de buena fe, fueron “ojala que no vuelva”. Todo hemos hecho charlas de este tipo, pero ese no fue el momento más oportuno para hacerla, nadie se iba a imaginar que no iba a volver, por lo menos no con vida.

Quienes vieron su cuerpo dijeron que a parte de desfigurado estaba muy bronceado. Una semana en la costa lo ameritaba. Había ido con sus padres y unos amigos de la familia, en un taxi. De venida, con equipaje en la maleta, y recuerdos, historias y momentos en la cabeza, no sabían que no los iban a poder contar nunca. El accidente fue contra un tractor, aún no nos explicamos cómo. En un sitio llamado el cruce de algo, de esos que se vuelven míticos entre conductores. Su madre, doña Blanca, murió al instante. Él, dicen, llegó vivo al hospital, pero el accidente había sido demasiado fuerte, sus catorce años no lo resistieron. Su padre estaba aún con vida, pero en estado de coma. Y el conductor perdió uno de sus brazos, de los demás viajantes no tengo idea. Las víctimas mortales habían sido dos entonces. A la semana siguiente el número aumentaría. Su padre, cuyo nombre no recuerdo, ya no tenía vida, sólo la que le prestaban los aparatos. Sus hijos decidieron desconectarlo, darle una muerte digna. Un velorio más, una misa más, un entierro más, y muchas lágrimas menos. Ya todos sabíamos que eso podía pasar, y ya habíamos derramado demasiadas lágrimas. Una despedida de jefe por parte del grupo Scout, el “no es más que un hasta luego”, y al hoyo. Quedaría encima de su esposa y de su hijo.

La misa de David y doña Blanca también fue dura. Todos de uniforme del colegio, pero con el alma desnuda, hecha añicos. Nadie le ponía cuidado al sacerdote, no teniendo el féretro al lado. Al terminar, la canción “Amigo” y todos nos reunimos alrededor de su última cama, llorando sobre la madera, dándonos golpes de pecho. ¿Porque no te aprovechamos lo suficiente? El ataúd de su madre estuvo menos acompañado, ella recibió menos lágrimas, pero estoy seguro de que David algo le compartió, las suyas fueron más que suficientes para los dos. Los compañeros hombres tomamos la caja y la subimos a nuestros hombros, y en una procesión solemne lo conducimos hacia el cementerio, haciendo pocos relevos porque era lo último que podíamos hacer por él. Los mosquitos golpeaban contra nosotros, el sudor y las lágrimas se mezclaban, y su apodo “el gordo” se hacia sentir. Todo pasó en un segundo, llegamos, lo entregamos, lo metieron, lo taparon, esperamos, lloramos. En ese momento no podíamos separarnos, ese 6 de febrero éramos más amigos que nunca, ese día fuimos hermanos, y nuestros corazones se unieron en un solo palpitar de dolor. No queríamos irnos solos, compramos algo de mecato, y nos fuimos de nuevo para allá, para donde Franklin, su casa siempre estará en nuestros recuerdos, no fueron pocos los momentos que allí compartimos. Poco queríamos hablar, solo estar juntos y ya. Vimos el último partido del suramericano sub-20, Colombia quedó campeón, ya todos sabíamos, estuvo invicto todo el campeonato. La alegría se opacaba, era una alegría a medias, o más bien a octavas.

Sus tumbas estaban una debajo de la otra. Primero la de su padre, con la imagen de Jesús, abajo la de su madre y en ella una imagen de María, y debajo de ellos, de sus padres estaba David, con la imagen de un ángel. En las tres lápidas grises habían epitafios de parte de sus hijos y hermanos, floreros, y en la de David resaltaban el rojo y el azul, los colores de su glorioso equipo. Siempre incondicional.

Cuatro años se cumplieron. Este febrero pasa como pasan todos los meses, el dolor se ha ido pero tu recuerdo sigue aquí. Pero maldito sea, si alguien conocido muriera hoy o mañana, o ayer, no me sorprendería, incluso es más fácil recordarlos si todos mueren en el mismo mes.
Nuestras vidas, ahora en direcciones distintas, siguen sus rumbos. Tus aposentos y los de tus padres seguramente ya cambiaron, ahora ni siquiera se a donde ir a dar tres golpes y pedirte que no te olvidés de mi, que conociste muchos de mis problemas en vida, y que ahora, desde donde estés si es que estás en algún lado, los conoces más. Ya no se a dónde ir en momentos de desesperación a preguntarte porque te olvidaste de nosotros, y porque la vida es tan dura. El mundo no perdió ningún ángel, pero el cielo si tuvo que ganar uno, así ese cielo no sea sino nuestras memorias.

En tu memoria y en la de tus padres, hasta siempre compañero.