domingo, 22 de febrero de 2009

Préstame tu vida un momento

-Préstame tu vida un momento…

El bar era oscuro, demasiado. La luz no lograba iluminar todos aquellos rincones oscuros, los de los corazones de los concurrentes. Los corazones por su parte no tenían muchas ganas de ver la luz, ya la habían visto alguna vez, pero las consecuencias no fueron las mejores. Los amores contrariados de sus vidas, la luz que los hacia palpitar, era la misma que luego los oscurecía.

Un corazón roto, un estómago vacío y un alma joven, joven pero cansada. Era una hermosa pelirroja sentada en la barra, blanca como la más. Imagen de mujer fatal, el escarlata en su cabello que se confundía con el brillo de sus ojos marrones, la pestañina del mismo color de la negra minifalda que dejaba a la imaginación lo que con más gusto se ha de imaginar. Un par de tenis de tela rojos y negros, las medias a altura desigual. La blusa brillante que dejaba ver sus pecas, escote sublime con dirección a la gloria.

Una cerveza, en vaso y con pitillo, un cenicero pequeño con dos colillas muertas aún húmedas y el corazón hecho añicos. Nada en especial, todo en particular. La soledad es la mejor de las compañías, pero nunca se sabe cuando se duerme con el enemigo. Después de mucho tiempo de compartir con ella, decide de un momento a otro no seguir escuchándote, dejar de ser tu confidente, y sigue ahí, no se va jamás, pero se queda lacerando sus huellas.

Él era un poco mayor según la cédula, pero su corazón aún cantaba rondas, había sufrido bastante pero no lo suficiente. Palpitaba aún con vida, pero sin ganas. Su apariencia era sobria, un jean oscuro y zapatos negros, una camiseta que para esa hora era de ningún color, una chaqueta de cuero que no lograba calentar sus vísceras. Un par de anteojos de medio marco oscuro que ocultaban lo opaco de sus ojos. Su cabello era abundante y no muy largo y el bello facial apenas le estaba creciendo. Iba con las manos en sus bolsillos, caminando por las aceras sin ningún rumbo aparente, meditabundo. Caminaba como arrastrando las pisadas, de vez en cuando levantaba los pies un poco más de lo usual, como cuando un niño sale corriendo de manera candida. Sus zapatos estaban mojados, hace poco había llovido y la ciudad -que no se había limpiado de sus pecados, nunca lo hace- estaba llena de charcos. Veía como las luces publicitarias se reflejaban en los asentamientos de agua de la misma manera que lo hacían en sus lentes, pero cuando el los pisaba perdían sus formas, con sus pisadas desprevenidas le quitaba fuerzas a la urbe gris que no lograba comérselo.

Un letrero en especial llamo su atención, era un imán y caminaba casi instintivamente. Entró, el brillo le golpeó la mirada pero tardó poco en acostumbrarse a la intermitencia del lugar. Se acercó a la barra y con vos segura pidió un ron.- doble por favor, y sin pasante…- se lo tomó rápidamente y se quedó un momento escuchando música. El olor a cigarrillo de la persona de al lado le comenzó a molestar, pero en cuanto la vio la molestia se convirtió en curiosidad. Sus ojos se vieron golpeados de nuevo, pero es imposible acostumbrarse a tanta belleza.

(…)


Después de cruzar un par de palabras, salieron tomados de la mano y comenzaron a caminar, jugaban entre los charcos y esperaban que algún taxi apareciera. Un momento de juegos bajo la monótona lluvia y bajo la luna dormida y un reflejo apareció en medio de la calle. Los recogió y los llevo al hotel más cercano, nada suntuoso, era pequeño y discreto, era perfecto para desahogar su concupiscencia. Ellos no tenían la menor idea de dónde estaban, y mucho menos de a quién tenían al lado. Mientras la pelirroja pensaba en que “uno más no importa, que más da… además uno nunca sabe cuando pueda encontrar algo bueno y si no funciona… chao” el seguía extasiado con lo terreno de su ser. Inspiraba deseo y pasión, daba una extraña sensación de inocente experiencia a pesar de su juventud.

Recibieron las llaves y se dirigieron a las escaleras aún tomados de la mano. No conocían sus nombres, era lo que menos interesaba. Ella se le adelantó dos escalones y con un gesto coqueto le quitó las gafas con una mano mientras ponía la otra en su entrepierna. Apretó suavemente, como robándose un adelanto y salió corriendo. Él estaba nervioso, y no era para menos, el sudor comenzaba a adueñarse de su cara y además el apretón había comenzado a surtir efecto. No quiso correr detrás de ella, no se le iba a ir, sabía que lo estaba esperando. El corredor no era largo, pero el trayecto comenzaba a hacerse eterno. Había puertas a lado y lado del corredor del tercer piso de la misma manera que debía ser en los otros dos y la luz estaba a medias. La penúltima habitación a mano derecha estaba abierta. El número en ella coincidía con el del llavero. Estaba completamente oscura y ella estaba parada junto a la ventana medio abierta.

El viento frío de la madrugaba ondeaba su cabello como una bandera de victoria y la luz de la calle permitía cerciorarse de lo intenso del rojo de su pelo. Caminó hacia ella, la abrazó por detrás y comenzó a besarle el cuello con extraño cariño. Se detuvo por un momento y fue a cerrar la puerta, al mismo tiempo ella ponía música a bajo volumen. Sus cuerpos estuvieron de frente de nuevo, ella se le volvió a acercar, ya había puesto los lentes sobre la mesa de noche. Repitió el gesto de las escaleras, pero está vez más largo, ahora no era para tentar, era una invitación directa a que la tomara. Al ritmo del piano calló su falda lentamente, la ropa de él coincidió con el sonido del hit-hat mientras los besos iban y venían. La blancura de ella iluminó toda la habitación, su desnudez logró encender los dos corazones y en un abrazo se fundieron, al vaivén de la noche hicieron el amor armonizados por los saxos y el contrabajo. Se amaron esa madrugada, amaron sus cuerpos, se conocieron como nadie los había conocido antes. No necesitaron de la cama, el suelo fue su lecho y había suficiente para los dos.

(...)



La luna había desaparecido, la música aún sonaba y la mañana comenzaba a aclarar. Él abrió los ojos pensando sólo en el recuerdo de sus nalgas blancas, tan perfectas, pero no recordaba nada. Se vio de un momento a otro en el suelo de una habitación en ningún lugar de la ciudad, completamente desnudo pero feliz. Tenía resaca, se había embriagado de éxtasis, desafortunadamente para él no duró tanto como para hacerse adicto. A su alrededor no había nadie, estaba toda su ropa tirada y desordenada, pero de ella solo había un arete que seguramente no había logrado encontrar.

Por esa noche sus soledades fueron una sola, las desgracias y dolores de sus almas y de sus corazones se unieron por un momento perpetuo, y se amaron, amaron sus rostros y sus cuerpos. Ella amo sus rectas y el sus curvas, su rojo y sobre todo su blanco. Estaban enfermos, pero habían recuperado el antídoto para su enfermedad porque de nuevo estaban solos, pero menos solos. Ella quedó impregnada en cada centímetro de su cuerpo, y él quedó plasmado en cada milímetro de su corazón.

Muchos pensamientos se agolpaban en su cabeza. Se paró aún desnudo a buscar sus anteojos en la mesa de noche. Los encontró y se los puso. Debajo de ellos había una nota escrita a lápiz en una servilleta.

-Te presto mi vida un momento…

3 comentarios:

Julio C. Londoño A. dijo...

"La soledad tambien puede ser una llama" Canje - Mario Bendetti.

Sebastian Villa dijo...

AH! Que maldito vos... Y yo antojado de pelirroja pálida hace rato, y me servis este cuento?

No te imaginas lo vívido que se hizo en mi cabeza. Es una imagen hermosa.

Lucas Vargas Sierra dijo...

Putamente bueno. Esa limpieza al narrar está genial, y las metáforas y los juegos de palabras ("nada en especial, todo en particular")... Me gustó mucho, mucho, mucho...
¡Salud!

(¿Has oído "Aves de Paso" de Don Joaquín Sabina?)