viernes, 26 de septiembre de 2008

Desafío - Colombia

ESTE FUE UN TEXTO DE ESOS QUE SE HACEN A ULTIMA HORA Y CASI POR OBLIGACION. FUE HECHO PARA EL NIVELATORIO DE LECTO-ESCRITURA DE LA UNAL Y LO PUBLICO POR MOTIVO DE UNA CONVERSACIÓN QUE TUVE HOY...


Muy de moda se han puesto de unos años para acá términos como “playa baja”, “playa media” y “playa alta” gracias al formato de un reality show que se ha mostrado a la tele audiencia ya en repetidas ocasiones. Se llevan a cierto número de colombianos a competir en condiciones un poco adversas por beneficios y por la propia estadía.

Es curioso ver como el colombiano promedio se sienta cada noche a observar este espectáculo casi circense, tan intrascendente para su vida, pero tan útil a la hora de alejarse de todo el stress y los problemas de la cotidianidad. Cuando los personajes de la contienda se ganan el corazón y comienzan a despertar pasiones en el televidente es difícil que este logre dejarlos.

Al mismo tiempo, en nuestra Colombia, la de verdad, se vive una situación bastante parecida, un montón de luchadores dan la vida por salir adelante. Los más afortunados, los de “playa alta” viven de buena manera, sin muchas necesidades, por el contrario disfrutando de los lujos a los que solo ellos pueden acceder, lujos que paradójicamente tienen gracias al trabajo de otros. Los habitantes de “playa media” son aquellos que viven sin suntuosidad pero sin muchas necesidades, que trabajan para vivir y viven para trabajar, pero que al fin y al cabo viven felices. Por ultimo, los habitantes de “playa baja”, los verdaderos héroes, aquellos que a duras penas pueden vivir, victimas de siglos de injusticias y de barbarie, protagonistas de la calle y de sus propias vidas.

Que bueno sería que como en el reality todos los concursantes pudieran verse las caras en una competencia en la cual se decidiera que lugar le corresponde a cada uno, seguramente las cosas serían bastante distintas. Tristemente esto no es posible, y todos los protagonistas de la realidad nos vemos obligados a permanecer en nuestros lugares por lo menos hasta que un designio casi divino o el curso de nuestra historia personal decidan lo contrario.

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