viernes, 24 de octubre de 2008

Crónica de una muerte anunciada


La mañana transcurría de manera muy normal en la universidad. Debido al cese de actividades decretado unos días antes por la honorable asamblea de estudiantes estaba un poco sola, poca gente transitaba por los pasillos, plazoletas y bloques. La tranquilidad fue interrumpida por un aviso que a modo de anécdota nos dio una compañera: “hay una paloma muerta en la fuente”. Fue gracioso que nos dijera esto después de tanto rato de estar hablando. Decidimos salir y ver qué era lo que había pasado, no por nuestro interés periodístico de llegar al fondo de los acontecimientos sino por simple y mórbida curiosidad.

Cuando llegamos al lugar de los hechos efectivamente vimos el cuerpo flotando en la fuente que conecta con la principal insignia de la universidad, exactamente bajo el segundo nivel de la biblioteca, al lado izquierdo de la entrada parándose frente a ella. Todo era muy normal hasta que vimos que el presunto cadáver movió la cabeza. En comienzo pensamos que era la corriente la que hacia que la cabeza se moviera de un lado a otro, pero después de un momento de observación nos dimos cuenta aterradoramente de que el animal estaba vivo, vivo y flotando entre las aguas con impotencia. Si yo hubiese estado solo probablemente la pobre ave habría tenido que resignarse a su dolorosa agonía y después de unos momentos de lucha infructuosa habría llegado a su final. Afortunada o desafortunadamente para ella, las personas con las que me encontraba decidieron hacer algo, yo por supuesto los acompañe. Buscamos a quien estuviera encargado del aseo de la fuente y después de mucho andar de un lado para otro encontramos a uno de los trabajadores de la universidad que se metió al agua, buscó la red debajo de las escaleras de la biblioteca central y con ella sacó el cuerpo dejándolo a disposición nuestra. La escena era un poco triste y un poco deprimente: el animal que parecía todo menos una paloma estaba como entumecido, no podía mover las piernas y su cuello parecía obedecer más a la ley de gravedad que a su propia voluntad, sus plumas reunidas por el agua dejaban ver su blanco pellejo dando apariencia de calvicie, como si el preámbulo de su caída al agua hubiese sido una feroz batalla en la que hubiera perdido parte de su plumaje.

Por fortuna para ella el día era soleado y el medio día se acercaba. Nos sentamos cerca de la fuente de la plazoleta central y allí pusimos a la plumífera al sol. Entre chiste y chanza mostrábamos cada uno a nuestra manera que nos importaba la paloma, unos diciendo que era mejor dejarla morir debido a la condición en que se encontraba, otros haciendo todo lo posible para restablecerla, así fuera a las malas. Un buzo fue facilitado por su dueña para acelerar el proceso de recuperación del calor corporal, otra decidió ir a buscar hojas secas pensando que el ambiente de nido ayudaría en algo para esto. Después de un momento la paloma empezó a mostrar señales de vida al mover sus alas, como con la ingenua pretensión de volar o de manera estratégica para acelerar el secado de estas, el problema es que no se podía parar por lo cual alguien debía mantenerla en sus manos. Después de un rato de estar allí haciendo corrillo a la tortura de buena fe por la que atravesaba la paloma y después de haber sido el blanco de la mirada de todos los transeúntes curiosos decidí ir a hacer algo que debía, me despedí y entre a la biblioteca pensando vagamente en el futuro del ave.

Durante algunos minutos me concentré en otras actividades, charle, pensé en otras cosas más y menos importantes y respire polvo de periódicos de hace 22 años, con el agravante de que era polvo de El Tiempo. Después de empaparme de la actualidad de nuestro pasado decidí salir y almorzar como descanso para luego volver a mi labor glúteo-cerebral. En mi camino me encontré de nuevo con aquellos defensores de la vida que un rato antes había dejado.

Ellos eran probablemente los mismos, o por lo menos muy parecidos, la que no era la misma era la paloma. Ahora parecía merecer vivir, su plumaje estaba seco casi por completo, se había esponjado dando apariencia de mayor volumen, estaba parada en el dedo de uno de ellos moviendo sus alas con ahínco como expulsando la muerte que tan cerca había tenido unos momentos antes. Su color negro impedía relacionarla con la imagen del espíritu santo trinitario, pero por lo menos ahora se podía ver sin mucho esfuerzo lo que era. Habían transcurrido aproximadamente cuatro horas desde el momento en que la encontramos, es decir, fueron cuatro horas que ellos dedicaron a su labor “palomitaria”. El orgullo se notaba en sus caras junto con el cariño que le habían tomado después de ver su aparentemente satisfactoria recuperación. Hasta nombre obtuvo durante todo ese rato: Moisés, por aquello de “salvado de las aguas”. Seguí caminando con ellos, me contaron que el proceso solo había requerido de paciencia y de la complicidad de los rayos del sol, pero que a pesar de todo el animal no había querido comer, además tampoco era capaz de volar, no alcanzaba más de lo que puede lograr una gallina en uno de sus mas largos vuelos, yo dije que probablemente era un pichón porque a pesar de no ser pequeña tampoco alcanzaba el tamaño de una paloma promedio, además eso explicaría el extraño color de su plumaje, el hecho de que no comiera, su incapacidad para volar y el motivo por el cual había llegado a el lugar en donde la encontramos.

Se decidió de manera creo que unánime que era momento de seguir con nuestras vidas, de dejar a parte los problemas del plumífero y preocuparnos por los nuestros, así fueran menos graves que la supervivencia. Fue dejada sobre una placa creada con el interés de homenajear a algún mártir olvidado del movimiento estudiantil, ya que antes habíamos visto que de dejarla en el suelo corría el riesgo de ser aplastada por algún desprevenido caminante porque parecía no percibir el potencial peligro que se le acercaba con cada paso. Allí quedó ella, pero en mis compañeros quedo la preocupación por lo que pudiera pasarle. A pesar de todo estábamos convencidos de que por lo menos esa batalla la había ganado. En ese momento cada uno tomo su rumbo, dejábamos el lugar de la misma manera que poco a poco el recuerdo de la que fuese nuestra mascota temporalmente se fue yendo de nuestras memorias.

Al otro día algunos volvimos a coincidir, hablamos probablemente del país y de los últimos sucesos. Una ráfaga atravesó la mente de alguno de nosotros que se preguntó por el porvenir de la paloma, esto produjo una respuesta que no habríamos querido escuchar. El día anterior, dos de ellos decidieron dejarla en un lugar donde el sol le diera menos y donde no quedara tan a la deriva. Allí mismo fue encontrado el cadáver a la mañana siguiente. La posible causa de la muerte: inanición.

Todos los esfuerzos del día anterior se constituyeron entonces en una tortura peor, en alargar el sufrimiento de aquel ser medio vivo y medio muerto. Por más que se quiera (aunque no se deba) interferir en el que se supone es el curso normal de la naturaleza, ella siempre termina llevando a cabo su cometido. A la muerte no escapa ni el más fuerte de los robles ni el más inteligente de los hombres. Todo esto termino siendo, de comienzo a fin, la crónica de una muerte anunciada.

2 comentarios:

Julio C. Londoño A. dijo...

Carajo! murio paloma y nada se pudo hacer... los esfuerzos valieron la pena por algunas horas... se hizo lo que se pudo... pero bueno, jajaja esta genial esta cronica!

Lucas Vargas Sierra dijo...

Imagínate que una vez intente salvar a un pichoncito de tortola, y lo subi a la terraza de la casa para que no quedara en la calle a la merced de cuanto carro pasaba. El muy agüevado se tiro desde el cuarto piso y cayó estampado contra el pavimento... Los pájaros son como tontos...
Que buen relato.