Para llegar a la Casa Museo es necesario, estando en el parque, bajar por el costado izquierdo de la iglesia hasta encontrar en la esquina una flecha que indica el lugar, allí se dobla a la derecha para tomar una calle que va en subida. Las calles son bastante irregulares. Es lo que tradicionalmente se llama un pueblo “faldudo”.
En el parque, en todo el centro se encuentra, y no es para menos, una estatua de José María Córdova. Aunque nunca pregunté, supongo que ése es el Parque de Córdova, y no de Bolívar como la gran mayoría de parques colombianos.
Alrededor del parque hay una reja, en realidad el parque es un sencillo jardín de un verde intenso con algunas bancas, tal como manda la tradición. A los lados de la estatua del general ondean todo el tiempo 6 banderas. A su derecha las de Colombia, Antioquia y Concepción, en el orden tradicional y a su izquierda las de Colombia, Perú y Panamá. El viento las mantiene en constante movimiento, cualquier hora del día es precisa entonces para tomar una fotografía con la imagen al centro, las banderas a los lados y la iglesia al fondo.

Concepción fue escogida como sede del segundo subregional de bandas del festival departamental Antioquia Vive la Música. No sé si por motivos logísticos o porque uno de los coordinadores de cultura de la gobernación de Antioquia es de origen concepcionita, pero las bandas llegaron para romper la evidente tranquilidad.
Las Bandas
El Oriente antioqueño es una de las zonas musicales más representativas de la cultura antioqueña –no paisa, antioqueña-. Allí se han gestado grandes grupos e importantes ritmos y corrientes del folklore andino colombiano. No es entonces extraño que sea esta una de las zonas dónde el movimiento bandístico antioqueño ha tomado mayor fuerza y ha alcanzado mayor nivel.
En contraste con esto, el Oriente antioqueño también es una zona paradigmáticamente afectada por el conflicto armado colombiano. Todos los bandos han entrado a disputarse el control de territorios y el monopolio de la muerte (que en este país definitivamente no es monopolio): guerrilla, paramilitares, ejército, nadie se salva, nadie esta libre de pecado. Las víctimas son incontables, los desaparecidos aún esperan que los encuentren, los desplazados engrosan cada día más a la población colombiana que se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Pero entre tanta tragedia y en un nuevo respiro que vive la región, la cultura y el arte toman su lugar. “Semillas de Paz” y “Notas de Paz” se vuelven nombres familiares, porque en la región las grandes mayorías invocan eso que nunca han conocido. La Paz es un fin, y la música se está convirtiendo en un medio.
Uno podría afirmar que mientras más lejos de Medellín se encuentran las bandas es menor su nivel musical. La falta de oportunidades para quienes están lejos de la capital económica y administrativa se evidencia al ver a los músicos en tarima, paradójicamente todos ellos tuvieron la oportunidad de hacer de la música parte de su vida. En pueblos con tanto potencial, pero tan poca capacidad real e inmediata de progreso, es difícil convencer a quienes administran de que inviertan en arte y no solamente en “proyectos productivos”. Las condiciones son desiguales, las oportunidades disparejas, los procesos inconstantes, sin embargo la música es la que prima.
La tarima está lista, las calles están cerradas, las cámaras y los oídos están atentos. Pronto todo comenzará. Aunque algunos digan lo contrario esto es un concurso, y como tal las bandas llegan a medirse, a compararse, a mostrarse. Sin embargo el carácter competitivo no deja de lado todo lo bello que tiene el hacer y el escuchar música.
La música no tiene edad, ni sexo –aunque a veces pienso que algo tan hermoso definitivamente tiene que ser mujer-, ni color, ni raza. Por eso es conmovedor además de gratificante, ver en cada agrupación una amalgama incomprensible de personas, sentimientos y experiencias.
Comenzando hay una banda en particular que llama mi atención. Debido a la cantidad de municipios participantes (aproximadamente 24) no logro recordar su origen. Uno de los clarinetistas es un señor maduro de mínimo 40 años que por lo visto descubrió hace poco que nunca es tarde para aprender a tocar un instrumento, a su lado un niño que no ha llegado a los 15 y que debe llevar el mismo tiempo tocando clarinete. Al terminar su primera y única presentación como Banda de Muestra, él se para visiblemente emocionado para felicitar a quien hace unos segundos lo estaba dirigiendo, el director es mucho menor que él. En esa misma banda hay otro personaje. El percusionista, un niño con síndrome de down que se roba todas las miradas. En algunos momentos se siente que son sólo él y el director, es a él a quien dirigen. Se atraviesa en el tiempo de la obra pero al instante se da cuenta de ello y vuelve a cumplir su papel. Con un bombo y un platillo suspendido está logrando dar una gran lección de vida a partir de la música. Seguramente nunca llegará a dar grandes conciertos en teatros repletos, nunca agotará caras y numerosas boleterías, pero en su vida está la música y para él y su familia esta debe ser la mayor satisfacción de todas. Estuvo en una tarima ante muchos músicos aficionados y otros tantos profesionales. Estuvo a su mismo nivel.
Las desafinaciones van y vienen, de todas las bandas. Los chillidos, mal sonido, mala técnica, esto abunda, al igual que abundan las virtudes en cada agrupación. Todos son músicos en formación y a pesar de ellos logran mostrar grandes procesos, importantes avances. El nivel musical de las bandas del Oriente antioqueño es realmente bueno y a pesar de lo que aún falta, conforme va cayendo la tarde las experiencias y los sonidos van calando en el corazón, van ablandando el alma, van resucitándonos a todos segundo a segundo.
La música popular, la clásica, la sinfónica, la colombiana. Todas las clasificaciones posibles hacen parte de este fin de semana. Lo académico para los jurados, “maestros acompañantes” como los llaman ahora, para los músicos espectadores y para el habitante desprevenido. Luego la música popular como regalo a la población sede. La alegría se toma las calles y los corazones. Un gran aguacero termina todo por hoy. Pero mañana todo comenzará de nuevo.
Ya es mañana, el día ha vuelto a nacer, el agua se ha ido y el sol radiante se ubica en lo alto. Las bandas se organizan, con su indumentaria especial, el repertorio preparado y sus instrumentos. Las armonías tradicionales llenan de color las dormidas casas de Concepción en el desfile de todas las agrupaciones participantes. Después de este viene la segunda ronda de concurso, y de nuevo las mismas experiencia, las mismas sensaciones. En Concepción el 8 y el 9 de agosto se olió y se respiró música.
Desde bandas de 18 personas hasta bandas de más de 60 integrantes. Hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos. Rojos, amarillos y negros. Ha sido una experiencia caleidoscópica.
Al final de todo un resultado inesperado, muchas satisfacciones, muchas felicitaciones, muchas críticas. Todo lo normal. El día ya va muriendo, y todos habremos de regresar a nuestras casas, con la certeza de que la música es infinita y su perfección inalcanzable.
El viaje
Eran las 8 de la mañana del día sábado. Al salir nos dimos cuenta de que el bus ya estaba ahí, parado, esperándonos. Unos segundos más y habríamos tenido que aplazar el viaje unas cuántas horas. Cuando nos subimos al bus nos encontramos con una agradable sorpresa: en los puestos de atrás iban los “maestros acompañantes” encargados de calificar a las bandas en cada sub-regional. Ocho días antes nos estaban calificando a nosotros.
“Para Alejandría por Barbosa” dice un letrero en la parte delantera del bus rojo y blanco. Proveniente de Medellín entra a Barbosa, recoge pasajeros y se devuelve aproximadamente 2 kilómetros para tomar la vía a “La Concha”, cómo es conocido el municipio de Concepción.
De un momento a otro el bus comienza el ascenso por una carretera hasta ahora desconocida para mí. Al ascender, casí en círculo, empezamos a ver la zona urbana de Barbosa, cada vez más abajo, cada vez más lejana e irreal. La carretera es gris, destapada, al parecer la Seguridad Democrática no ha sido suficiente como para que exista un buen camino hacia Concepción, ya que por la otra vía, por el municipio de San Vicente las condiciones no son mucho mejores.
Después de una hora de viaje, y de casi media hora esperando que el bus lograra ubicarse en las estrechas calles llegamos al parque principal. Allí descendimos, tocamos tierra y empezamos a explorar. Con extrañeza mi compañero y yo nos dimos cuenta de que por lo menos cerca al parque no existen panaderías. Al otro día nos daríamos cuenta de que si había una en el pueblo, pero en una zona por la que nunca llegamos a pasar, en realidad no alcanzamos a conocerla.
Lo primero fue esperar a que llegaran las bandas, buscar a alguien conocido y ubicarnos. Fue una tarde amena, en compañía de cientos de personas igualmente enamoradas de la música. El talento se respiraba en el aire. En Barbosa habían quedado nuestras vidas habituales, nuestros problemas de siempre, las personas de costumbre. Era algo así como unas cortísimas vacaciones. Después tendríamos que bajar al mundo real, que quedaba como 500 metros más abajo sobre el nivel del mar, y caer de frente. Por ahora el imperativo era seguir disfrutando.
La alimentación poco importaba, poco importó. El hambre no ataca muy fuerte mientas los sentidos estén ocupados en otras cosas. En la noche cuando ya todo había terminado por ese primer día, era necesario buscar dónde dormir. Terminamos en la casa de la familia de Oscar Arismendy. Una casa grande, de techo viejo y con un gran portón como de iglesia. Queda en todo el parque, diagonal a la Iglesia. Al entrar se encuentra uno con buena parte de la tradición antioqueña: grandes imágenes religiosas, numerosas plantas en los dos patios, muebles viejos y bien cuidados, una historia diferente en cada elemento. La gente de la casa fue bastante amable, la hospitalidad es una de esas virtudes de las que los paisas se pueden sentir aún orgullosos.
Al llegar al patio de la casa, el final, se ven las montañas con sus grandes cultivos. Nos dicen que son de fríjol. Si uno camina desde el fondo de la casa encuentra a la derecha la cocina, una cocina grande de esas que no tienen las casas de ahora. Hay unas enormes campanas tubulares que suenan al ritmo del viento. Al entrar a la casa, se encuentra uno con el primer comedor y una sala. La mesa del comedor es de madera y de apariencia antigua. En la sala contigua hay varios muebles igualmente viejos. Sobre uno se encuentra el busto de algún compositor clásico. En las paredes hay varios cuadros interesantes: Jorge Eliécer Gaitán, Alfonso López Michelsen. Al parecer está es una familia tradicionalmente liberal, algo no muy acorde con la tradición paisa. A mano izquierda de la puerta que da hacia el último patio hay un afiche que anuncia un concierto en memoria de dos personas. “Diez años después los seguimos recordando”, algo así decía. Jaime Arismendy me cuenta la historia del afiche. Dos familiares, hermanos entre ellos fueron alguna vez al vecino país del Ecuador, encontrándose con la suerte de ser desaparecidos y al parecer asesinados por la policía ecuatoriana. De eso ya varias décadas. Cuando salió el afiche estaba publicitando un concierto en conmemoración a los 10 años de esa desaparición con varios grupos musicales ecuatorianos, el primero en la lista obedece al nombre Contravía, los otros no los recuerdo.
Al seguir caminando, al lado derecho de esta sala, izquierdo si se mira desde la entrada principal, se encuentra el baño. Un baño más grande que cualquier habitación de mi casa y tan grande como cualquier habitación de esa casa. Llaman la atención dos sillas rojas ubicadas a los lados, al parecer ir al baño en aquella casa vieja es todo un ritual social. La ducha no tiene cortina, pero la puerta tiene tranca. Lo más llamativo del baño es un espejo enorme, ubicado perfectamente frente a la ducha. El espejo es lo suficientemente grande como para uno alcanzar a ver toda su desnudez al momento de bañarse. Se siente como si uno mismo se estuviera espiando. En el patio siguiente, el interior, hay otro espejo del mismo tamaño. Este patio es de forma cuadrada y esta cerrado por todos los lados por la casa. A los lados hay solamente habitaciones. Las habitaciones son grandes, con camas de antaño pero cómodas, bastante cómodas. En cada una hay un gran clóset o “chifonier” dónde guardan todas las sábanas y las cobijas. Las cobijas abundan, y no es para menos.
Finalmente, si se sigue caminando se llegará a un corredor largo y solemne que conduce hacia el exterior.
Allí, en esa casa tuvimos la oportunidad de compartir con músicos de gran trayectoria. Entre ron, vino, risas y anécdotas íbamos descubriendo las personas que hay detrás de los profesionales. Personas sencillas, cercanas, humanas, de carne y hueso. Al otro día, a pesar de la embriaguez tenía el lúcido recuerdo de cada una de las palabras escuchadas y de las lecciones aprendidas. Realmente un placer y un gran honor.
El segundo día, domingo, las campanas de la Iglesia me mantuvieron despierto desde las 6:30 de la mañana. Después de bañarnos y de recibir un buen desayuno que no esperábamos, salimos en compañía de Oscar para el desfile. Al terminar éste en el parque principal nos dispusimos de nuevo a escuchar las bandas en tarima. Mi compañero tuvo que regresar antes que yo a la realidad por compromisos personales. Allí quedé yo, con las bandas todas para mí. Al terminar el evento un sentimiento de nostalgia: Síndrome post-viaje (cercano al post-coital), aunque aún estaba allí. Con el desconcierto por el resultado me di cuenta de que el bus que pasaba a dos kilómetros de la puerta de mi casa ya había salido. El otro recurso fue puesto en práctica. Una de las bandas me llevó hasta la Autopista Medellín-Bogotá a la altura del municipio de Rionegro. El camino entre Concepción y San Vicente es una completa aventura, y más con la oscuridad de esa hora –aproximadamente 8 de la noche- pero de San Vicente a Rionegro el estado de la carretera es mucho mejor, por lo menos es pavimentada. Allí, con Reinaldo “El Perro”, un personaje bastante conocido en el mundo de las bandas en Colombia y en la Universidad de Antioquia, y con un oboísta en alto estado de embriaguez tomamos una buseta que se dirigía de Marinilla a Medellín. El oboísta se bajó en el municipio de Guarné y Reinaldo y yo seguimos el camino. Rápidamente estábamos inmersos de nuevo en el ruido y las luces de la ciudad.
Recordé de un momento a otro que los domingos por la noche el transporte se hace difícil. No salían buses de la Terminal, ya no salían buses hacia Barbosa, y esperar colectivo en la autopista norte a esa hora no era algo que me despertara mucha confianza. Decidí tomar Metro. Al comprar el tiquete la vendedora me dijo no garantizarme que aún hubiera carro. Algo tendría que resultar. En una confusa situación llegó el tren a la plataforma en la estación Caribe. Fue evacuado, al parecer quién conducía “se maluquió”. Afortunadamente en la evacuación encontré un par de personas conocidas, o sea que si no había transporte por la hora no iba a ser yo el único en problemas.
Llegué a Niquía y respire con profundo alivio al ver el colectivo allí parqueado. Me subí, saludé a un viejo conocido, me senté del lado de la ventana, pagué el pasaje y en cuánto salimos me dispuse a perderme en las luces y sombras de la carretera mientras pensaba en que estaba terminando uno de los mejores fines de semana que he vivido.